Revolución de la riqueza VII: Metamorfosis (d)
Artículo de 3 páginas de extensión.
En la economía del
futuro no existe el dinero. Tampoco el
capitalismo puede que tenga lugar. Estamos entrando en un nuevo y extraño mundo. Si los
cambios en la naturaleza de la propiedad, el capital y los mercados no bastan
para que liberen sus mentes del pasado, el futuro del dinero quizá les ayude a
hacerlo. El dinero atraviesa la revolución más profunda y rápida, creará
formas y maneras radicalmente nuevas de pagar y cobrar y cada vez más
oportunidades de hacer negocios que no usarán dinero en absoluto (Toffler,
2007: 376).
La invención del dinero fue uno de los grandes acontecimientos
de la historia de la humanidad. Abrió progresos. Pero impone un alto coste a la
sociedad. Este coste
está incluido en el precio. El coste
de la persona que entrega un bien o un servicio recae en el consumidor. Alguien
tiene que registrar la transacción y esto implica un nuevo coste, lo mismo los sueldos de millones de contables y de
economistas, son costes que se incluyen en el precio del artículo, o la entrada
a un cine o un estadio. Los que imprimen, almacenan, transportan y protegen el
dinero también cuestan. Son un «impuesto»
oculto que pagamos por la ventaja de emplear el dinero. ¿Qué
pasaría si pudiéramos reducir, o incluso eliminar, dicho «impuesto» oculto? ¿Necesitamos
realmente el dinero para gestionar un sistema de riqueza basado en el conocimiento?
(íd. 376, 377).
En el siglo XVIII la Bolsa de
Londres se apoyaba en las comunicaciones y el sistema de almacenamiento de
datos, en la década de 1950, eso aún significaba archivadores enormes, correos
con estampillas, teléfonos con dial y cintas continúas de cotizaciones para
gestionar el conocimiento. Hoy hay una
estructura financiera totalmente nueva. La City de Londres y los servicios
financieros de Zúrich, Frankfurt, Tokio, Hong Kong y Singapur se conectan con nuevos
centros como Shanghái y Singapur y a otros nodos con ordenadores de alta
potencia y redes de alta velocidad que agrupan y reparten el dinero de la era
digital. Allí se escanean las variaciones más minúsculas de los precios de las
acciones de las empresas y se «invierten» fondos en minutos y hasta segundos.
El resultado ya no es inversión sino un póquer a alta velocidad. En la nueva
civilización emergente estos cambios son tan profundos que desafían la
definición misma del dinero (íd. 378, 379, 381).
El dólar fue una moneda impuesta en 1863 en los Estados Unidos, fue
parte de la estandarización de los productos, llegó como parte del proceso de
industrialización. El yen japonés se
convirtió en moneda nacional en 1871, el marco
alemán en 1873, la monetarización de la economía transitaba el camino de la
modernidad industrial. En 1948 los comunistas se hicieron con el poder e
introdujeron en China el renminbi yuan.
Y Europa hace poco el euro (íd. 381,
382).
En 1958 Estados Unidos lanzó la
primera tarjeta de crédito, se
aleja del dinero convencional hacia una selva de «paradineros» que guardan semejanza con las monedas oficiales pero
no son tales. Desde entonces se inventan más sustitutos del dinero. Pero
esto es sólo una parte de un cambio mayor, la llegada de la «fungibilidad flexible»,
en forma de dinero programable. Un
banco de Kuala Lumpur ha ofrecido a sus clientes musulmanes una tarjeta que
rechaza su utilización en burdeles y clubes nocturnos. Los movimientos
activistas, pronto podrán emitir «tarjetas boicot», no podrán usarse para
comprar productos de empresas que estén en su lista negra. O los padres podrán
dar a sus hijos tarjetas anti obesidad o anti vicios. Se ensayan otros
artilugios para autorizar a una tienda el retiro del pago de una cuenta
bancaria. Dichas tecnologías amenazan de muerte al dinero efectivo y a las
viejas tarjetas (íd. 383, 384).
Las tarjetas de crédito no son
más que una variante física de la identidad del portador, la identificación de
la persona puede, entonces, convertirse en un medio de pago. Los métodos
de pago se alejan de la sociedad de masas uniformada del pasado. Con el
nuevo sistema de riqueza emergente pueden abrirse paso cambios en la forma que
se pague nuestro trabajo. A los trabajadores se les paga por semanas o meses,
lo que significa que los patrones disponen de días para un uso gratuito del
dinero que en realidad es de sus trabajadores. Esos fondos son el equivalente a
un préstamo sin intereses que los trabajadores hacen a sus patronos. Ese método
quizá tenga las horas contadas. Podríamos ver a grupos de trabajadores que
exigieran ser pagados electrónicamente «minuto
a minuto» por el trabajo que desempeñan. Esta paga instantánea es el
equivalente natural del paso a una economía avanzada basada en el
conocimiento. Estas innovaciones suscitan pronósticos que vaticinan la «muerte
del dinero» (íd. 386, 387).
En economías donde el dinero
pierde su valor, está cobrando vida el
trueque. Un abogado redacta un testamento para un amigo que, a cambio le da
una clase de tenis. Pasan por «favores»,
son en realidad trueque. Empresas como Forbes, General Electric, Marriot y
Carnival Cruise Lines truecan bienes y servicios. Dos tercios de las
principales empresas mundiales utilizan regularmente el trueque y han establecido
departamentos específicos para ello. En Argentina, en 2002, Toyota y Ford
convinieron a aceptar trigo como pago por coches. Los gobiernos han
intercambiado todo tipo de productos mediante el sistema de trueque. El
conocido como «contracomercio» tiene
un volumen en la actualidad de 1.2 billones de dólares anuales y se está
acelerando (íd. 387, 388).
Lo que una persona desea vender
para adquirir otra cosa se presta a un cambio o «coincidencia de necesidades». Internet hace posible
localizar casi instantáneamente a los potenciales socios del cambio y amplía la
diversidad de bienes susceptibles al trueque.
Se multiplican los participantes del «contracomercio»
en un trueque cada vez más complejo y en una economía de trueque de masas. Con
el paradinero, el trueque, la
intangibilidad, las redes, las tecnologías nuevas, el apalancamiento de la
economía y los cambios geopolíticos, puede que el dinero convencional se
convierta en un objeto de coleccionista (íd. 388, 389).
También presenciamos
experimentos a pequeña escala con monedas
alternativas, sobre todo a escala comunitaria. En Ithaca -Nueva York- la
comunidad permite a los consumidores y comerciantes usar vales para
intercambiar bienes y servicios, desde alquileres hasta entradas al teatro.
Otro sistema permite acumular créditos en servicios como, por ejemplo,
llevar de compras a un anciano, que luego permite a la persona recibir un
servicio de otro voluntario como que le cuiden los hijos mientras hace un turno
nocturno. Todas estas iniciativas dan un valor a muchas aportaciones
realizadas por los prosumidores que se podrían ampliar y desarrollar hasta
constituir monedas alternativas a gran escala. El Proyecto Tierra busca una
moneda supranacional para
intercambiar bienes y servicios a escala internacional. Son cuestiones que no
sólo afectan el destino del dinero, sino también la propiedad, el capital y los
mercados, se hallan entre los fundamentos más profundos de la riqueza (íd. 389,
390).
Los vínculos crecientes del prosumidor afectarán al capitalismo, su input llegará a ser abundante, ilimitado
y no rival. El input intangible crece
en una proporción cada vez más alto en la propiedad y avanza a participar por partida doble. El capitalismo se enfrenta a una crisis de
redefinición ¿será aún capitalismo lo que quede de todo ello? (íd. 390).
La aparición de las tarjetas inteligentes se inician en
1995 con las compañías Europay, Master Card y Visa y se conoció como la EMV.
Almacena información de firmas digitales, características biométricas de la
huella de los dedos o del iris, encripta datos, se puede emplear en el
transporte público, acceso a la universidad y empresas, sirve de medio de pago
de la seguridad social, sirve como tarjeta de crédito y tarjeta de débito. La aparición de medios como la EMV con su alto espectro de funciones nos indica que el dinero también está empezando a transitar el camino de la metamorfosis, al igual que por esa misma vía ya circula la propiedad, el capital
y los mercados.
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