Revolución de la riqueza IX: «El juego» (c)

22:24 Posted by Perro Senil.


Artículo de 2 ½ páginas de extensión.

Incomodisimo.com Japón
Cuando el ministro japonés, Hayato Ikeda, visitó Francia en los años 60, Charles de Gaulle en un faux pas resonante por su sardonismo preguntó ¿Quién es ese vendedor de transistores? Pero en los años ochenta y comienzos de los noventa el yen amenazaba con desplazar el dólar y, se estaba haciendo con Hollywood, el Rockefeller Center y, Japón era comentado con temor como un «superestado» en los medios financieros (Toffler, 2007: 450).
Desembarazados de una población campesina, están sólo al frente de un sector industrial que disminuye y un sector del conocimiento en aumento. Lo que todos intentan explicar es por qué se estanca en la década de 1990. Entre 1990 y 2003 los precios inmobiliarios en Tokyo cayeron casi en un 80 por ciento. Los bancos ese mismo año tenían cuatrocientos mil millones de dólares en créditos morosos. El output industrial en 2003 era un 10 por ciento más bajo que el de 1991. Y sus exportaciones globales se habían reducido por primera vez en un siglo. Se había pinchado el «superestado» (íd. 450, 451).

La bomba, largo tiempo incubada, que dinamitó la economía de Japón fue, de hecho, el fracaso en el fundamento profundo del tiempo. Japón utilizó muy pronto la tecnología de la información, mejoró la calidad de sus exportaciones, llevó al mercado mundial productos enteramente nuevos, introdujo nuevas y potentes herramientas de gestión en sus empresas como las entregas puntuales, sigue siendo un líder en muchos campos científicos y tecnológicos, desarrolla pilas de combustible para la automoción y energías alternativas, robots industriales y humanoides, sangre artificial y glicobiología, electrónica digital, instrumentos de juego, invirtió más que toda Europa en investigación de nanotecnología. Pero, no es una economía avanzada porque su sector servicios padece de muchos rezagos y crea un grado de desincronización que afecta el fundamento del tiempo (íd. 452).

Los altos costes del transporte interior, así como los de la energía y telecomunicaciones. Los servicios profesionales, como abogados y contables, aferrados a la tradición. La asistencia sanitaria con índices de productividad vergonzosamente bajos en un país que envejece rápidamente, son algunos de los problemas que enfrentan a sus posibilidades de futuro. Japón carece de recursos internos en alimento y energía, depende de las importaciones, lo que crea un lastre para sus sectores  supereficientes al tener sus sectores internos superineficientes, transfiriendo como agravante el dinero de las exportaciones que se obtiene de aquel a las importaciones a que se ve obligado por su pobre producción de alimentos y energía (íd.  453).

El «milagro» Japonés obró cuando Corea del Sur, Taiwán, Malaisia y otras economías asiáticas representaban poca competencia en los mercados mundiales. China no contaba. Pero hoy día, los mercados exteriores están saturados (ídem).

Japón requiere además de una «economía exterior», construir una «economía interior». Una economía en aceleración, exige, flexibilidad organizativa, pero Japón padece de rígidas normativas industriales, residuos de la era industrial boyante que vivió en las décadas pasadas. Como fue una era exitosa, los esfuerzos por transformar las normativas e instituciones, que la sostuvieron, se encuentra hoy  una obcecada resistencia por parte de los directivos empresariales y los burócratas a abandonarlas y transformarlas. Hay una guerra de guerrillas contra el mañana, un conflicto de olas (íd. 454).

Las grandes empresas japonesas están frecuentemente vinculadas a una keiretsu, una familia de empresas interrelacionadas, por lo general, apoyadas en una gran empresa comercial y a un único banco. En esas keiretsu se exige adquirir en el seno de la familia, aunque en otras partes consiguiesen componentes mejores o más baratos. El keiretsu limita la flexibilidad (ídem). Otro  vestigio obsoleto es la idea de que lo más grandes lo mejor, idea que procede de la economía de escala y de la producción masiva. Los barcos pequeños pueden dar la vuelta más rápidamente que los acorazados, en un medio acelerado, son esenciales para la supervivencia (íd. 455). Las pequeñas empresas requieren condiciones amistosas. En Estados Unidos, una de cada diez personas desarrolla alguna actividad empresarial. En Japón la cifra es de una por cada cien (íd. 456).

Las empresas japonesas no carecen de ideas. Japón fue líder mundial de patentes entre 1992 y 1999, sin embargo en el sector de las tecnologías de la información y a pesar de los esfuerzos del país para dotar a ese sector de capital físico, fuerza de trabajo formada y reservas de tecnología, todo eso no se ha traducido en una cuota significativa sobre el mercado mundial o en muchos y valiosos productos nuevos (ídem). Sólo hasta el año 2004 Japón promulga leyes para estimular las iniciativas universitarias que tendrán por resultado la formación de nuevas empresas (íd. 457).

Las reglas sociales que contribuyen a la flexibilidad en la toma de decisiones causan graves problemas en Japón, por lo general invierten una gran cantidad de tiempo y energía para planificar una actividad,  y una vez tomadas las decisiones para ejecutar el plan si surge un elemento  que debe provocar un plan alterno más favorable es descartado para ajustarse a lo que ya tenían decidido. La rigidez estructural abarca el mundo de roles profesionales, los lugares de trabajo, la vida familiar y el  género. Todo  esto obstaculiza a esa nación en su avance hacia la riqueza revolucionaria. En la actual carrera mundial para crear economías basadas en el conocimiento, Japón sólo está utilizando la mitad del poder inteligente de que dispone. Y eso no es muy inteligente  (íd. 457/ 459).

Japón sufre en su desarrollo el «efecto Bonsai».

Japón está enfrentada a un colapso en sus programas de seguridad social, por la pesada carga de ancianos de una población que envejece cada vez más, y que en los venideros años aumentará por los avances médicos –aumento de la esperanza de vida lleva a edades más avanzadas- (íd. 460, 461). Tendrá que enfrentar también el conflicto entre el campo y la ciudad, donde el gobierno ha utilizado deuda pública para suprimir este conflicto interno, un gasto masivo para comprar el silencio de distintos sectores de la economía. Sin embargo este juego está llegando a su fin. Se enfrenta a un yen debilitado, precios energéticos más altos, una competencia más poderosa en Asia y Pacífico y, la presencia de China y la India en la misma región cada vez más impresionante. A esto se suma el fantasma del desempleo, rigideces estructurales, créditos morosos, retraso técnico y organizativo en su sector de servicios. La rigidez, sobre todo, es un desafío sin precedentes porque se puede convertir en rigor mortis. Japón se enfrenta a su propia explosión (íd. 463).

¿Es, entonces, Japón un mito moderno, en vez de un jugador clave en «El juego»? ¿China, India, «los tigres» del Asia y Pacífico, por lo contrario, están siendo los nuevos actores del tablero de ajedrez?

Alvin y Heidi Toffler. La Revolución de la riqueza. Editorial Random/Mondadori DEBATE, Caracas. Edición 2007. Páginas: 651. 

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