Escabrosos IV: Cadenas de mando

20:46 Posted by Perro Senil.

No resulta sorprendente que los individuos menores - la multitud promiscual-, sufriendo la «tiranía doméstica» de los amos, no estuviesen dispuestos a seguir al mantuanaje -los primados o estamento primacial- en los eventos de la emancipación. De allí que es patético cuando Bolívar constata cuan poco aquellos sectores estaban dispuestos a acompañarlos en aquella gesta. En una misiva remitida a Márion desde Carúpano, en junio de 1816, le indica que no obtiene la incorporación de los negros en la lucha, y sorprendido exclama

He proclamado la libertad absoluta de los esclavos… ¡La tiranía les ha puesto en tal estado de estupidez, en tan grande sentimiento de terror, que han perdido hasta el deseo de ser libres! Muchos de ellos han seguido a los españoles o se han embarcado y los han vendido en las colonias.

Y luego agrega con estupor y frustración

Se han presentado apenas un centenar de ellos (Pino, 2007: 165).

¿Cómo, entonces, el bando independentista logra incorporar aquella muchedumbre en aquel maremágnum? o ¿Qué vínculo es el qué hace posible incorporar multitudes a la guerra? Los «hombrecitos» rinden obediencia a los opulentos, pero “no surge una dependencia acogida con regocijo sino impuesta por la fuerza” afirma Elías Pino Iturrieta (id. 32). En incomodísimo.com creemos que, para que la estructura de mando funcione como una correa de transmisión entre «los superiores» y «los inferiores», el nexo, no se puede producir entre los límites de la proximidad, es decir, es iluso de toda ilusión pensar que se presentarán los esclavos ante su Libertador, ante quien proclamó el fin de su yugo, pensamos que jamás se presentarán ante quienes la colonia elevó a la calidad suprema de «seres excepcionales», porque en el imaginario de los subordinados ellos son la contrafigura de «los hombres capaces», ellos son «los seres inhábiles», y entre ellos sólo se debe guardar distancia.

Es incongruente considerar, pues, con todo lo que ha venido explicando Elías Pino Iturrieta, que los negros acudan atropelladamente ante la convocatoria de ir a la guerra, y esto es así porque Elías Pino Iturrieta ha develado el enrevesado abismo que separa a «los primados» de «los hombrecitos», la doctrina católica les ha enseñado que “No son iguales”. Es por tanto absurdo esperar que los liberados corrieran a postrarse ante Bolívar o a alzarlo en vilo o a agolparse para ser incorporados en su Ejército libertador. Bolívar con estupor intuye la causa de tan frustrante resultado, señala que «la tiranía» tiene que ver con ese pasmoso fenómeno que le impide sumar a sus filas a los beneficiados de su medida liberadora. Simón busca a tientas una explicación y emplea la variable acertada, la tiranía, pero no puede ir más allá pues está ahogándose en sus propios prejuicios, infiere que están en un estado de estupidez, en gran sentimiento de terror, que no desean de ser libres, y no avizora que simplemente la distancia que les separa es insalvable y que ha de recurrir a «los vicarios» correspondientes para poder conectar al Estado mayor de su ejército con aquella muchedumbre. Se requiere pues de quien no los consideran estúpidos, inhábiles, medrosos, incapaces de expresar afecto y carentes de todo racionamiento, descalificativos que se los propinan los primados y los obispos, se requiere entonces del «vínculo», es decir, de los que conocen su valor extraordinario, porque ellos son los que logran sobrellevar la miseria, el desprecio y la expoliación con estrategias de sobrevivencia inéditas.

¿Cuál es la vía mediante la cual Bolívar –y los otros nobiliarios- pondrá a los esclavos a su lado en aquella lucha? Este nudo historiográfico es un acertijo, que no es de difícil solución, pues si el lector del libro de EPI se ciñe al estructurado relato acucioso que hace su autor sobre Páez en el subcapítulo “El Nacimiento de Un Jefe” y a la sólida lógica que este intelectual ya ha puesto en movimiento con “Nada sino un hombre”, surgirá sin esfuerzo los eslabones de la cadena de mando para que funcione la maquinaria que Bolívar quiere colocar en movimiento (sobre este asunto y sus prolegómenos se puede consultar: 77/84). Si nos ceñimos a lo que EPI presenta, aparecerá el eslabón clave, el vicariato que necesita Simón, lo que va a darle sustento material a su proyecto emancipador, es decir, el pueblo.


Construyó una gigantesca «cadena de mando» para resistir, hostigar y vencer a España. Y luego fue asediado por las cadenas de mando que brotaron por todas partes sufriendo una fenomenal derrota a mano de ellas.

Guiándose por lo que EPI expone en su relato histórico, llegamos a Bóves (52/59), el primero que se gana la adherencia social de la «multitud promiscual» y, podemos suponer, que tal vez lo logre porque

La subordinación les amarga y los precipita en su intento de sacudir el yugo de la sujeción (id. 31)


José Tomás Boves.

Ese factor puede actuar y actuó, es la base de la explicación convencional, pero no es toda la explicación. Hay que partir de que Bóves es un comerciante y contrabandista (íd. 57). No queda duda que bajo esa condición trata con los caporales, mayordomos y capataces que están al frente de la hacienda, pero que también están a la cabeza del peonaje, es decir, la tropa en potencia. Ellos «los capataces» son el grupo vicario que tienen los amos en las haciendas, hatos y plantaciones, son la fachada del peonaje y la puerta abierta ante los comerciantes que abastecen la unidad de producción, ellos mandan, vigilan y toman decisiones de administración de la finca, gobiernan aquella masa laboral, ojean como mayorales a los animales bravíos, y como caporales dirigen y guían a aquel grupo de gente de la cual son responsables, imprimen pues en esa masa disciplina y les inculcan la costumbre de responder a sus órdenes de mando. Boves está como proveedor de haciendas y como traficante de potenciales comisos en contacto con esos mandamases que ejercen el control directo e indiscutible sobre el campo. Como comerciante y contrabandista, Boves, aglutina en torno a su persona a aquel estrato que goza de algunas prerrogativas concedidas por los mantuanos a aquellos hombres especiales, extraordinarios porque son los que les garantizan al amo el trabajo fecundo de su mano de obra y, algo más importante aún, su docilidad. Son los que permiten al amo ser un holgazán. Tienen por partida doble, este «vínculo», la confianza de los primados y la lealtad del peonaje.

Con esa conjetura previa se puede realizar un acercamiento a Páez, utilizando la hermosa colección de datos que EPI clasifica y expone con rigor en su escrito:

José Antonio Páez en su Autobiografía elabora un mito, perteneciendo a una familia de fortuna, pretende sugerir que tuvo un origen muy humilde, así es más grande la hazaña de haber llegado a Presidente de Venezuela. En consecuencia señala en sus memorias: “Nuestra fortuna era escasísima”. Pero aporta una información -que complementa aquella que es fundamental para especificar a qué sector social pertenece-: su padre era un funcionario colonial, y se desempeñaba como burócrata del estanco de tabaco, dice “Mi padre servía de empleado de gobierno”; por lo que narra se infiere que su niñez y adolescencia la transcurre entre ciudades y pueblos, pues al referirse a su progenitor señala que “jamás tuvo residencia fija” (id. 121). José Antonio Páez habita, pues, en las casas de las poblaciones de ese entonces y no en las viviendas miserables de los trabajadores del campo, conoce buena parte de la geografía debido a la mudanza de su progenitor y, como su padre está al servicio del Estado, debió aprender a comportarse en el ritual de la subordinación/dominación bajo sus consejas y las de su progenitora (puesto que da muestras de un gran dominio de esas conductas a lo largo de toda su vida); José Antonio Páez completa su mapa social con la siguiente apostilla “ella me mandó a la escuela” –refiriéndose a su madre María Violante, y por lo que cuenta, se puede colegir que aprende de esa experiencia dos cosas que le marcan indeleblemente, su preceptora recurre a esa industria -abrir una escuela- “para ganar la vida” y, además, allí recibe los rudimentos de aprender a leer y “a formar palotes según el método del profesor Palomares” (ídem), de lo cual se infiere, primero, el claro propósito de labrarse una industria para vivir por cuenta propia y no ser dependiente y, segundo, con aquellos rudimentos quedaba a una enorme distancia de los que no recibían ninguna instrucción para poderlos mantener en esclavitudes y servidumbres. No pertenecía pues, quien llegará a ser en el futuro “El Centauro” y el Presidente de Venezuela, ni al peonaje ni a los miserables. Y su conciencia de clase –aún cuando esta categoría suene a manida teoría- era la de pertenecer al círculo de los que tienen fortuna.

En una segunda edición, Páez y Herrera -este es el apellido de su madre- a través de la red familiar ingresa a la tienda de su cuñado Fernández, esto es, ingresa al sector donde se movía Boves. El establecimiento era una mercería y bodega “en donde me enseñó a detallar víveres” y, donde es obvio que se integró a las relaciones sociales de carácter urbano y, en consecuencia, a empezar a ser reconocido como un vecino. Vivir en población y no en el monte era un estatus muy especial en la época colonial, los «vecinos» como bien lo indica Germán Carrera Damas pertenecían al estrato de los propietarios -eran los dueños de casas en el pueblo, poseían tiendas y su fuente de fortuna eran sus unidades agrícolas o pecuarias, pero lo más destacado de su estado era que vivían de una renta-. En esa etapa de su vida Páez -apenas transitaba hacia su adolescencia- sabía “ganarse la vida” y muy lejos de los oficios viles. Narra en sus memorias que, en las horas de la mañana era comerciante y en las de la tarde se dedicaba a la siembra de cacao (íd. 122). Y por lo reseñado su red social familiar está imbricada con los avatares de dos de los productos sinónimos de riqueza de aquellas provincias: el tabaco y el cacao, y ese medio ambiente indica buenos contactos sociales y políticos.

El Páez I es el niño, el Páez II es el adolescente y el Páez III es el de la adultez. Accede a la adultez mediante un acto de iniciación, una prueba de hombría, vive la experiencia de un lance donde su contendiente pierde la vida, y en su huída de la justicia se oculta en un hato donde finge pasar por peón. En su Autobiografía confiesa que no lo logra, ni el capataz ni el amo de la hacienda se tragan el cuento, pero bajo el mando enérgico del primero pone a prueba lo que le inculcaron en su hogar, se ajusta en aquellas condiciones desventajosas al ritual de la subordinación sin discutir y, bajo las nuevas experiencias en medio del peonaje se le imprimen nuevas marcas: “domar caballos salvajes”, “pastorear el ganado”, hacer vigía por las noches, “cortar con hachas maderos para las cercas” (ídem), es decir, adquiere el conocimiento básico para mantener un hato, y observa cómo el capataz gobierna aquella gente ruda y dura que es muy hábil en su oficio, y como administra ese mayoral la unidad pecuaria.

Como peón se ubica en un extremo distal de la jerarquía social, el diametralmente opuesto y más lejano de los nobiliarios que están en la cúspide mientras él se encuentra entre «los hombrecitos». Pero luego de esta fase vital Páez va a encontrar una colocación en la cadena de mando, en un ubicuo donde queda por encima de los capataces, dice “tuve la suerte de conocer a Pulido, quien me sacó del estado de peón, empleándome en la venta de sus ganados” y suelta una perla en su Autobiografía que confirma el aserto que se ha venido manejando, lo que dice corrobora que su red social familiar tiene un peso específico, dice en sus memoria “mi familia me había recomendado a él”, no fue pues cosa de “suerte”, fue asunto de influencias, porque los burócratas se entienden con los productores agropecuarios, porque son del mismo pelaje. En esta segunda fase el personaje recupera su verdadero estado, él es de «los de fortuna», así esta sea “escasísima”, no está posicionado entre los explotados del sistema, está entre los beneficiarios. En su entorno íntimo hay un empleado de gobierno, un tendero y plantador de cacao, un propietario de un gran hato llanero y, él engrana con esas «calidades», porque ahora comercia con ganado, oficio en el que al poco tiempo pasa de «dependiente» a quien se gana la vida por cuenta propia. Emuló, pues, a su maestra Gregoria Díaz, la de la escuelita del pueblo de Guama. En ese periplo vital se encuentra el adulto con el niño y, el resultado es un «ser industrioso» y decidido, dice “aprendí el negocio y me retiré [de Pulido] para ocuparme en él por mi propia cuenta”, corona al fin su adultez y en ella se hace autónomo (íd. 123).

Páez es, a estas alturas, un hombre dedicado “a sus propios negocios”, es decir, llega a donde «un hombrecito» ni siquiera sueña. Es todo un Boves, es decir, llega a donde tiene que llegar un español, a «hombre capaz». Y como tal tiene peones a su cargo que sabe mandar y de quienes sabe sobre todo obtener su lealtad, son sus hombres para arrear manadas de bestias o para cualquier otra empresa, son la mesnada que ha atado a su costado. Es ducho, además, en la cultura de las jerarquías, sabe exhibir lealtad, tan importante en aquel mundo colonial, ese atributo funciona de los de abajo hacia los de arriba y en la cadena de mando él la debe a quienes están por encima de su persona, así es como aquella sociedad se pone en marcha. Cuenta Páez que “Andando el tiempo tuvo Pulido la necesidad de reunir cierta suma de dinero por medio de la venta de ganado. Me encargó de ella; con gusto y agradecimiento desempeñé su encargo” (ídem), allí estas puesta de manifiesto la lealtad automática. En otra ocasión, vuelve a exhibir la conducta «correcta», puesto que se pliega sin cuestionamiento alguno a las demandas que le hace la cadena de mando en la cual se encuentra incorporado en Barinas y Apure, y obedece sin chistar y de modo expedito a su superior y libertador -fue quien le libró del peonaje-, narra “En 1810, fui llamado por primera vez al ejército y me alisté en el escuadrón que mandaba Don Manuel Pulido” (id. 124).

El biografiado pone en evidencia las conexiones que son necesarias para eslabonar una correa de transmisión que vaya desde «los hombrecitos» hasta «los prohombres» más encumbrados de la Independencia, esto es, la subordinación muchedumbre a los opulentos, es decir, lo que busca Bolívar a ciegas, pues está perdido en sus prejuicios de clase.

Lo trágico de esa cadena de mando que se está construyendo a tropezones es que está en función de los intereses de los opulentos, es decir, hay un beneficio personalista y no colectivo. Y ¿cuál es el interés de los nobiliarios? Su interés es el de hacer negocios, y la guerra es un gran negociado, esto lo conocen ellos muy bien, es la historia de sus familias antiguas, pertenecen a la cultura de estas sociedades que se levantaron con las voluntades férreas de hombres como el Tirano Aguirre o con conquistadores como Hernán Cortes o con guerreros tan célebres como Diego de Losada y Antonio Sedeño (íd. 21/24). De esa argamasa eran sus tatarabuelos, los que labraron con esas tropelías sus ostentosas posesiones, los que se convirtieron en fundadores de ciudades que les concedieron la gracia de que el Rey les entregase títulos nobiliarios, ciudades donde ellos deberán ser reconocidos como «los principales» por los vecinos. Pero en las actuales circunstancias, deben desempolvar sus escudos y retomar sus espadas y sus armas de fuego, porque temen que sus servidumbres y esclavitudes “se intenten sacudir el yugo de la sujeción” y tienen conciencia que la España peninsular no está en capacidad de preservar la seguridad de sus familias y la conservación de sus propiedades. De esa gente y de sus vicisitudes surgieron, entonces, quienes encabezaran como Generales al Ejército Libertador. Para ellos, aquel paso, no es extraño, es lo que corresponde a la tradición de su abolengo y a su linaje, la acción bélica es esencial a su nobleza. Pero algunos serán cobardes y traicionan a su cultura de clase, serán el bando defensor de Fernando VII, otros por lo contrario se convertirán en cabecillas de la insurgencia para protegerse a sí mismos como clase dominante y, para algo más importante, una nueva empresa: apoderarse de la colonia, una nueva proeza, una nueva hazaña llegar a tener un reinado, son el bando de los patriotas -esa es la historia del Medioevo europeo que intentan replicar acá estos indianos-. Un contemporáneo hará mención de quienes escogieron esa vía en la provincia de Venezuela:

las familias de los principales, los de las grandes riquezas, es decir, el Marques del Toro, los hijos del Conde de Tovar, y los miembros de la familia nobiliaria de los Bolívar, Ribas, Clemente, Montilla… gente de las casas más opulentas, de las primeras en lujo y esplendor (id. 35)

Los Ribas del estamento primacial.

Ahora bien, este «estamento primacial» de gente muy selecta van estableciendo conexiones con hombres que no son de su distinción, individuos menores como Páez, y el vínculo que materializo ese contacto fueron los grandes propietarios como Don Manuel Antonio Pulido ganadero de las Provincias llaneras de Apure y de Barinas, y Páez a su vez es el vínculo con el peonaje, pero por intermedio de los capataces que son quienes crean la correa de transmisión para que aquella monstruosa maquinaria de muerte tenga miles de hombres como fuerza motriz, para exaltar a los primados a la condición de héroes de la patria.

La red social conecta toda esta gente decisiva que mezcla negocios y parentelas, relaciones amicales y mucho ritual de subordinación/dominación. José Antonio Páez, hombre de negocios, es redundante en esas muestras de lealtad y sumisión, en cada relato de su Autobiografía se trasmuta en Gregoria y abre su escuelita para ilustrar como el hombre correcto debe dar muestras permanentes y notorias de subordinación y de dominación, es decir, reconocer que no somos iguales, hay unos arriba y otros abajo, ser pues un fiel seguidor de la doctrina de la inequidad. Páez llega incluso a ser patético en este respecto, cuando refiere a Don Manuel en su Autobiografía, lo hace en los siguientes términos que lo reducen al macho sumiso, dice “él me ofreció su protección conservándome a su lado”.

La cadena de mando, pues, se ha completado, no falta ninguna pieza, aquellas fortunas ávidas de mayores caudales, más tierras, incremento de poder y superior estatus social, podían asumir de nuevo, como sus ancestros indianos, la tarea de realizar inmensas matanzas sin el menor rubor, lo único que en esta oportunidad, ondearían las banderas rojas de la Revolución Francesa y los gorros frigios de los jacobinos, y muchas otras enseñas que levantaran para ocultar su nueva empresa de negocios y más negocios, la empresa era ahora apoderarse de la colonia, con las mascaras de la republica, la igualdad y la democracia.

El salto al vacío, es decir el arrojo para emprender la guerra de Independencia, era inevitable, su fortuna en estos tiempos les permitía humillar con su opulencia hasta los funcionarios más altos del Estado español o a los más altos dignatarios de la Iglesia Católica (id. 26/29), ellos como contumaces personalistas no podían evadir esa convocatoria que les hacía la gloria y la historia. Y en esa empresa, hombres como Páez tenían mucho que ganar, podían aspirar a llegar a ser «los pares» de «los dones», dones con Don Manuel. Lo único que no podía prevenir aquel comerciante con alma de funcionario colonial era que en medio de aquel maremágnum iba a llegar más lejos de lo que cabía en su imaginación, porque llegó alto, llego a representar a «los opulentos» en el Estado, a fungir como Presidente de la República y, se encargó de protegerlos con su temida y admirada lanza de Centauro y a enriquecerlos con las tierras baldías y nacionales y, a firmar leyes que les permitían arrebatar tierras, casas, tiendas a los propietarios más vulnerables.


Don José Antonio Páez y Herrera.

Páez no sólo llega a ser de los patricios su «hombre de armas», sino también la cabeza visible que les libró como estadista del «longanizo de Bolívar» para que nada los detuviese como unidad corporativa de tomar posesión de la patria como su hacienda personal y convertir al pueblo en su peonaje. Otros como él, hombres de presa, vendrán a su tiempo tras su empleo -recuérdese lo que pensaba de los empleos Francisco Javier Yanes- y llegarán gracias a la constancia y trapacerías finalmente a desplazarlo del puesto.

 Impresionante retrato del Libertador.

El hombre de presa que le arrebatará el empleo a Páez, será aquel que se referirá a su persona como si hiciese un gran descubrimiento para los venezolanos, dirá “Nada sino un hombre”. Le llega pues a Páez la hora de entregar el mando, lo que los opulentos necesitan frente al gobierno no sólo es un hombre con capacidad de mando, es decir, que restituyera el control de dominación sobre las «multitudes promiscuales» -tarea que Páez cumple con exactitud-, sino que además garantice que, con sus altas miras personales se favorezcan sus sórdidos intereses –y la crisis económica que se agudizaba no conciliaba con ese objetivo, muchos aristócratas estaban en quiebra y se reunieron en el partido liberal y conseguirían a un Ezequiel Zamora que les sirviese de vínculo para hacer la correa de transmisión con la carne de cañón-. El personalismo requería, entonces, una nueva figura y esta será Antonio Guzmán Blanco, él sería el que ahora otorgaría los empleos y ¡eso nos basta! Pues bajo Páez se arruinaron muchos hacendados y se estaba, ¡Par Dieu! perdiendo el control del peonaje, y ellos no dudaron de nuevo hacer la guerra para enderezar de nuevo sus negocios, esta fue la Guerra Federal. Páez en medio de esos grandes acontecimientos es uno de los grandes mandones que ha tenido la historia venezolana y Antonio Guzmán Blanco fue el otro en los “Tiempos de Ezequiel Zamora”, este sinuoso personaje en un arrebato de la más exquisita envidia y desesperación dijo del Centauro:

¿Lo veis? Un solo objeto, nada sino un hombre: Páez mandando desde la Batalla de Carabobo hasta este día. Con el sistema militar y el civil, bajo la dictadura y por la Constitución, en la guerra como en las paz, vos mandando… en todos los días de esta República y de la otra República, vos señor, mandando… en Madrid se ha visto la corona en tres cabezas durante el sempiterno reinado de Páez sobre Venezuela (id. 11)

La poderosa lógica que Elías Pino Iturrieta aplica en esta obra, en este maravilloso libro capaz de inspirar a un perro, a Perro Senil (a) El Pege, llega a ser tan impulsiva que le insufla vida propia a esa forma de expresión del pensamiento. En este portentoso ensayo de EPI esa lógica se soterra y busca afanosa una hendija para mostrar una versión de la Independencia -de sus mecanismos profundos- como sólo un ensayista de la talla de Elías Pino Iturrieta podía poner a punto de cristalización. La forja de una cadena de mando es ese mecanismo indispensable y fundamental para que el personalismo rinda sus frutos, y tanto Páez como Guzmán Blanco fueron artífices excepcionales de esa proeza. Esa hazaña, que lo es por Dios, debe ser dilucidada y descrita por los historiadores de las nuevas generaciones para dar a conocer lo que es Venezuela a sus compatriotas y todos los habitantes que se acogen en este territorio despoblado y desolado por esas alimañas.

En “Nada sino un hombre” pues -queremos concluir-, EPI muestra a través de su exploración el origen del personalismo en Venezuela, y lo hace utilizando el recurso de memorables e impactantes casos de historia de vida que expone a girones. EPI muestra y pone en evidencia cómo se estructuraron las «cadenas de mando» en la Venezuela insurgente, sólo con el logro de esa descripción y de sus mecanismos enrevesados este libro es una verdadera locura. Lo que resta por decir es que ante esas «cadenas» nauseabundas las «multitudes promiscuales» hartas del abuso de los contumaces personalistas y, con ellas, los intelectuales indignados como Francisco Javier Yanes sólo tienen un grito “!Abajo cadenas!”



Elías Pino Iturrieta y su delirante inspiración convertida en libro.

ACLARATORIA:

No dudamos en identificar a «los escabrosos» con los que participan y se involucran con esas cadenas de mando construidas bajo los dictados del perverso personalismo. De allí el título que se ha otorgado a esta serie de artículos: “Escabrosos”, título que compromete al Blog Incomodísimo a esa repulsa general y estruendosa que convoca este historiador irascible de indignación y monstruoso por su poder trastrocador, el gigantesco Elías Pino Iturrieta.

NOTA: En el “Nacimiento de un Jefe” -capítulo del libro de EPI- emerge una y otra vez los signos de subordinación/dominio de los cuales hacía gala José Antonio Páez, así como se ponen en evidencia con sus actuaciones otros elementos propios del ceremonial de una sociedad jerárquica, las cuales imaginamos van a ser una delicia para los antropólogos sociales cuando trituren esas páginas para realizar sus emplastos. Constatar en El Centauro esas conductas de teatralidad ceremonial que sustancian al sumiso/déspota, coloca a su figura en el rango que en verdad le corresponde en aquella sociedad, es decir, en una Grandeza distinta a la que le colocan los apologistas, quienes construyen una apoteosis demeritoria, porque no permiten hacer visible lo que en realidad es su auténtico y grandioso protagonismo en unos tiempos difíciles. Elías Pino Iturrieta como EPIgrafista de excepción hace una selección de documentos y textos donde están inscripciones y las convierte en una fuente de una historia irreverente, no se arredra en su inquisitoria incontinente y acomete sin titubear contra el procerato sacralizado por una historiografía convencional que él desprecia y lo exaspera. Acá en Incomodísimo sólo hemos tocado unos reducidos casos de los que expone en su obra, escogimos aquellos que consideramos esenciales para llegar al cataclísmico meollo que lanza con furioso arrebato en esas líneas bien hilvanadas. Los casos que allí pueden leer los lectocuriosos encierran un rico bestiario que imaginarán con arrobo y con turbación, porque ese bestiario es parte esencial de las circunstancias infelices de la tragedia nacional que, este fino escritor relata con magistral dominio, debido -sin duda alguna-, a una cultura erudita y aun modo de pensar inédito que posee este prolífico escritor a quien no le bastan los empleos para sentirse vivo y útil.

ESTE LIBRO TIENE EXISTENCIAS EN LOS ANAQUELES DE LAS MEJORES LIBRERÍAS DE MARACAIBO EN LOS CENTROS COMERCIALES: COSTA VERDE, LAGO MALL, SAMBIL, es de suponer, pero no lo hemos constatado que también esté disponible en la Plazoleta de la Facultad de Humanidades de LUZ y en las librerías: El Quijote y La Cultural.

Elías Pino Iturrieta. Nada sino un hombre. Editorial Alfa. 350 páginas.

GLOSARIO

Vicario: El que representa a su amo frente al peonaje en este caso.

Extremo distal: Son las partes del cuerpo social más distantes entre sí en este caso.

Epigrafista: Es el que se dedica a estudiar las inscripciones que requieren ser descifradas.

Comisos: Retirada de una mercancía al que comercia con ella por estar prohibida o por comerciar con ella de manera ilegal, la cual al ser incautada por las autoridades se convierte en un decomiso.

Longanizo: Al libertador Simón Bolívar le tenían un sobrenombre bastante peyorativo, le decían longanizo, debido quizás a lo flaco, “y relacionándolo con un loco de la calle que era entonces famoso por sus uniformes de utilería”.

ENTREGA DEL MES DE NOVIEMBRE

Se abre con el artículo:
"1492" del Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán.
(Aparecerá el 6 de Noviembre de 2010)

Luego viene una serie:
"1421"   I:  Fusang
(Se publicará el 13 de Noviembre de 2010)
"1000"  II:  Beni
(Se publicará el 20 de Noviembre de 2010)
América Llánida III: Ka Tu Gua
(Se publicará el 27 de Noviembre de 2010)

Los dos primeros materiales están dedicados al
DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA
"1492": Observación amplia sobre el significado del descubrimiento de los europeos.
"1421" Narra el arribo de los almirantes de una flota China a este continente.

El tercer material está dedicado a
LA GENTE DE BENI 
 que el año "1000" ya habían creado un paisaje por antropogénesis en este continente.

Y el último artículo de esta serie está dedicado a
LOS CARIBES
como un movimiento de renovación.

Los libros que fueron utilizados para escribir estos Incomodísimos son:

a) Gavin Menzies. 1421 El Año en que China Descubrió el Mundo. De Bolsillo. 2009. 603 páginas.
b) Charles C. Mannn. 1491 Una Nueva Historia de las Américas Antes de Colón. Taurus. 2007. 632 páginas.
c) Carmen Helena París. Huellas Ka.Tu.Gua. UCV / Ensayos 203 páginas /Cronología 461 pp./ Toponimia 304 pp.

Incomodísimo.com os los entrega en breves páginas
para que disfruteis de tanto  saber
impresionante y desconcertante.

Escabrosos III: “La tiranía doméstica”

8:06 Posted by Perro Senil.

Causa consternación enterarse de cuál era el mundo soterrado del estamento noble de la época colonial venezolana, en otras palabras, da grima observar la conducta infame de aquellos “caballeros” (Pino, 2007: 26) que integraban las clases dominantes de ese entonces. Pero antes de  entrar en las escabrosidades de los “casos” que se van a dar a conocer -que no son el objetivo de esta exploración-, hay que incursionar por las extrapolaciones en que se mueven esos personajes, para entender por qué llegan a instituir una tiranía sobre quienes están por debajo de su pretendida alcurnia, pues éste si es el objeto que nos interesa, porque es lo que motivó a Elías Pino Iturrieta a hacer las reflexiones de su genial ensayo que se está presentando a quienes gustan leer buenos libros.


Marques Francisco Rodríguez del Toro.

Primer prócer enterrado en el Panteón Nacional.

Un caballero era un hombre con linaje, su ascendencia era la de la aristocracia antigua, era un mantuano, pertenecía a los opulentos, era un rico propietario, en síntesis los de su grupo lucían como los apoderados de Dios (íd. 26, 27). Muchos de ellos poseían títulos nobiliarios, como el de Marques y, todos exhibían distintivos físicos que les permitían la ostentación, como era poseer en sus mansiones: caballerías, lujos, esclavos, retratos de sus ascendientes, antesala para recibir a los funcionarios del Estado o a importantes personajes, y poseían un salón donde ejercitan un ceremonial que les permite mostrar su prepotencia (íd. 26). En el extremo distal de ese selecto grupo estaban las mayorías, las cuales ni siquiera recibían el tratamiento de “estamento”, sino que eran descalificadas de entrada como la “multitud promiscual” (íd. 30), integrada por las castas, los negros, las mezclas, los indios… y sobre esos “hombrecitos” el intelecto de los caballeros les llevaba a susurrar:

En ellos no hay honor, reputación, vergüenza, intimación que los ponga en razón, ni virtudes. Su profesión es la embriaguez, su aplicación es el robo, su desquite la traición, su descanso la ociosidad, su trabajo la holgazanería, su estudio la incontinencia. No sienten la desnudez, la mala cama, la corta razón y ni aún el castigo, anegados en vicios y en torpezas carnales, la subordinación les amarga y les precipita en crueldades y en los execrables pecados de intentar sacudir el yugo de la sujeción (íd. 30, 31).

Ante esas circunstancias, donde la acusada extrapolación del imaginario coloca frente a los “hombres capaces” a una multitud de “ineptos”, el único fruto que puede prosperar es el “desprecio” y el único gesto la “humillación” de los individuos menores (íd. 31). No resulta pues, de extrañar, que los “caballeros” incurriesen en su cotidianidad en prácticas pervertidas como las:

(…) de comercio sexual con mujeres casadas o con numerosas esclavas y de concubinatos públicos con niñas indias, con intentos de violación, autores de recados lascivos, violento genio y libertinaje en el hablar, de apetitos expresados con braveza y poderío, con represalias como la de colocar al cepo de ambos pies a un hombre porque su mujer no fue a su casa. Autores pues de terribles violencias, que infunden miedo, que causan la existencia de gente medrosa que temen pasarlo mal con dicho sujeto, gente que tienen bastante para dejar el pueblo y comodidad para huir de sus rigores (…) (íd. 26, 27)

En pocas palabras son “caballeros que han sembrado el terror” (íd. 27) y en razón de ese horrendo crimen contra la comunidad son imputables de ser acusados de “una tiranía doméstica” (ídem) execrable y condenable que tuvieron que sufrir las mayorías y todos los demás estamentos de aquella sociedad jerárquica abominable. EPI presenta el siguiente caso:

En marzo de 1795 uno de aquellos opulentos es acusado de terribles violencias ante el obispo Diego Antonio Díez Madroñero. El eclesiástico obliga bajo juramento a los habitantes de la localidad donde se residencia aquel personaje prepotente y descortés [íd 26] a denunciar las faltas del rico propietario de sangre azul. Las declaraciones tienen que desembucharlas ante un crucifijo, poniéndose en evidencia el terror que aquel “apoderado de Dios” siembra. La averiguación detallada se engrosa y se convierte en un informe contra el impertinente compulsivo. Pero todo fue en vano, el linaje y el abolengo se impone y, como es de suponer, el caballero detuvo el proceso, se salió con la suya, y consiguió una orden para que el mitrado borrara los autos y el nombre del hidalgo quedara resguardado como un apellido de honor. Además de que obtuvo como aditivo que, quienes declararon en su contra recibieran de aquel cimero representante de la iglesia su respectivo castigo y la prevención de guardar silencio (íd. 27).



Don Juan Vicente Bolívar y Ponte uno de aquellos opulentos.

Como es notorio en ese relato escabroso, la tiranía de tan encumbrados personajes -en este caso se está hablando del padre del Libertador-, alcanza incluso a un príncipe de la Iglesia, el cual por cierto, era un terrible perseguidor de pecadores, es decir, era otro “inclemente” tan terrorífico como don Juan Vicente de Bolívar (íd. 28). Por lo que no causa asombro que estos afamados atropellen también a otras dignidades en aquella cultura de las jerarquías. EPI muestra en esa otra dirección este otro caso:

En 1796, don Francisco Felipe Mijares de Solórzano, IV Marques de Mijares, se retira con ostentación de una parada militar y eleva más tarde quejas ante el trono por la admisión del comerciante canario Sebastián Miranda a la plaza de Capitán de las Milicias Blancas de Caracas, una petición que avalan otros miembros del estamento primacial pese a que en aquel personaje nadie ha observado conducta reprochable. Pretenden que desde Madrid se revoque el nombramiento por tratarse de un mercader público, antes cajonero, su mujer fabrica y vende pan y se rumora que es hijo de un barquero y sujeto de dudosa limpieza de sangre (íd. 29, 30).

No quedaban pues tampoco exentos de “la tiranía doméstica” los comerciantes, los artesanos y los que desempeñasen oficios menores, su mando pues era el de genuinos «mandones» que ejercían un trono. Eran una autoridad altiva que desprecian al resto de la colectividad (íd. 31) y de la cual no era esperable que se convirtiesen en próceres fundadores de la República, porque a lo único que aspiran es a un imperio privado (íd. 33).

Era tan aberrante aquella sociedad que hasta un simple cura de aldea, al cual las pruebas acusaban de «incontinencia escandalosa», se burlo del tribunal eclesiástico que le imputaba no sólo por su conducta sexual indecorosa sino, además, por incurrir en despotismo en el trato con las almas radicadas en su jurisdicción. El cura se salió con la suya, porque estaba consciente que su ascendencia aristocrática era un escudo ante la justicia, acudió pues, confiado, a las instancias de Santo Domingo donde le brindaron protección contra sus perseguidores en Venezuela (íd. 29).

El discurso histórico de Elías Pino Iturrieta muestra pues, la vulnerabilidad de las instituciones ante el poder real de las clases dominantes y, al desnudar a los “caballeros” muestra con crudeza las profundas fuentes de la que se nutre la conducta delictiva y criminal del «personalista». Por otra parte, devela que el poder se ejerce con «terror» y que esa violencia se traduce en una tiranía, la cual es ocultada -soterrada- por un sistema donde la injusticia es lo esencial, para que prevalezca ese modo de vivir que Francisco Javier Yanes catalogó como dominante en 1835, y que identificó con el término sociológico del personalismo.

Ese fenómeno no ha desaparecido, así ejerce su liderazgo la clase política, empresarial, gremial… venezolana indistintamente cual sea su ideología y época histórica. Personalismo y tiranía doméstica van de la mano, y es un tumor que el patólogo Elías Pino Iturrieta ha puesto a la vista de todos, pues este moderno Michel Eyquem Montaigne, es capaz de transitar por la “sangre azul” (íd. 27) de los ricos propietarios no sólo de la nobleza criolla de la época colonial , sino por las venas de los que ejercen el poder en cualquier período de nuestra historia, pero lo extraordinariamente maravilloso que nos muestra es, que en cada uno de ellos la existencia se reduce a “Nada sino un hombre”.

En conclusión de incomodísimo.com:

El poder verdadero siempre permanece oculto.

Y la función del kritikschen denker es hacer visible al poder

en todo el esplendor de su monstruosidad grotesca.



Montaigne autor de los Essais tiene en Elías Pino Iturrieta

un excelente continuador en nuestros días.

Montaigne considera que su fin es “describir al hombre”.

Y se deleitaba al decir, en consecuencia:

“No he visto nunca tan gran monstruo o milagro como yo mismo”.

GLOSARIO

Soterrado: Aquello que se oculta, se entierra o se olvida. Algo que se esconde.

Grima: Algo que produce disgusto o desagrado.

Essais: Título de un tratado de Michel de Montaigne que se traduce del francés a nuestra lengua como los Ensayos.

PRÓXIMO SÁBADO 30 de Octubre: Escabrosos IV: Cadenas de Mando.

Que trata sobre: Cómo  construir el poder desde el personalismo

Escabrosos II: “No son iguales”

8:05 Posted by Perro Senil.


Mazo: Herramienta que se descarga sobre un material para aplastarlo.

Elías Pinto Iturrieta descarga su mazo sin contemplaciones sobre un estamento social acostumbrado a detentar el mando y a obtener la obediencia incontestable, dice sobre estos primados:

Los «padres de familia» no ostentan necesariamente un cargo en el gobierno, no son gobernadores ni alcaldes, pero están sobre los demás (Pino, 2007: 18)

“Arriba” pues están «los primados» y “abajo”, al final de una larga cadena están «las bestias» -ya se entenderá más adelante esta sinrazón- (ídem). Horrorosa sociedad jerárquica donde el conjunto de «padres de familia» (ver GLOSARIO) en ese teatro de representaciones se les asigna superioridad (id. 18) y en consecuencia se arrogan el papel de «los mandones» (íd. 16) por estar sobre los demás (íd. 18), a quienes se identifican con desprecio en los términos de la época de un modo profundamente despectivo como la «multitud promiscual» (íd. 17).Quienes les deben obediencia y reverencia (ídem) por corresponderles la entidad de inferioridad (id. 18) en aquella representación que tiene por guión la doctrina de la Iglesia Católica (íd. 17) proclamadora del dogma sagrado que predica un “No son iguales” (18). Escabroso tema de una escabrosa realidad estamental que se estructuró en la Venezuela colonial. Los primados constituyen el «estamento primacial» y los individuos menores el «estamento promiscual».

Este tema escabroso de las desigualdades en la época colonial venezolana, causa inquietud y repulsa, y es puesto en evidencia flagrante por el historiador Elías Pino Iturrieta (EPI) en su portentoso libro “Nada sino un hombre”. Causa asombro esta revelación, porque resulta inconcebible que tal inequidad reinase en esa época donde la Iglesia Católica estaba coronada como una Majestad. Los eclesiásticos pues habían creado un mundo del absurdo, donde existían “seres excepcionales” y ”seres inhábiles”, imaginario que el Magisterio católico se encargaba de instalar en la mentalidad colectiva (18). Un ser excepcional es un ser superior y en consecuencia no sólo debe ser obedecido, no sólo debe ser reverenciado, sino que ante él quien se le subordina debe constituirse en su contrafigura, es decir, mientras aquel es un hombre capaz, el sometido debe ser el inhábil, mientras aquel es superior, éste tiene que asumir que es el inferior, mientras aquel se reverencia, éste debe conformarse con ser el despreciado. En síntesis, “ellos” o “aquellos” están divinizados y “estos” o los “nosotros” son bestializados. Los “seres inhábiles” pues, deben llevar bridas y montura, y «los capaces» ¡Par Dieu! deben ser los jinetes.

Tales desigualdades dan origen a una pesada cadena de mando que, Elías Pino Iturrieta describe con magistralía a todo lo largo de su espantoso escrito y, muestra con franqueza lo que significa en la realidad histórica ese “No son iguales” en aquella sociedad, donde hay un estamento primacial y una multitud promiscual por obra y gracia de una teología defensora de las jerarquías. “No son iguales” es una frase insolente que forma parte de la literatura teológica del Sínodo Diocesano -nos explica EPI- que se efectuó en Caracas el año de 1687 bajo la guía espiritual del obispo Diego de Baños y Sotomayor. En aquel Sínodo se elaboró un documento en el que se expresaba:

No son iguales en los hombres los entendimientos y capacidades… uno es el hombre capaz… otro es el hombre ignorante… el español entiende perfectamente… el negro o indio apenas sabe declarar afectos… un negro apenas se distingue de una bestia (íd. 17)

Descripción que le sirve a este agudo ensayista -EPI- para explicar lo que se trasunta de esa situación aberrante, dice:

De allí la necesidad de su control por los «padres de familia»… basándose en la disposición canónica que coloca en el lugar de primados a un elenco de personajes… cuya hegemonía establece el acceso a la educación, el ejercicio de las profesiones, la exhibición de dignidades, el tipo de indumentaria e incluso las características de las diversiones, mientras que a los hombrecitos dependientes de su tutela se les delimita los lugares en los cuales deben pasar su existencia (íd. 18).

Esa preeminencia de los primados sobre la multitud de “hombrecitos” mediada por una doctrina de la desigualdad, coloca como es obvio a funcionar en su máxima intensidad al fenómeno del personalismo, éste garantiza para los mandones la posesión de tierras, la acumulación de riqueza, la obtención de la educación como un privilegio, el derecho a ejercer profesiones, el exhibir dignidades, el llevar un tipo determinado de indumentaria e incluso de estarle reservada algunas diversiones, además -y esto es lo importante por lo depravado-, el llegar a poseer un control aberrante sobre los demás, hecho este último que alcanzó unos extremos escabrosos en esa época de la historia venezolana.


Su Excelencia el Ilustrísimo Obispo y Eminencia Altísima Don Diego de Baños y Sotomayor.

Autor del Sínodo Diocesano de Caracas el año de 1687.

Si recordamos al eminente pensador del epígrafe del libro de EPI, el versátil Francisco Javier Yanes, (que inspiró el primer artículo de esta serie escabrosa), vendrá a la memoria una parte de aquel cintillo condenatorio en el que hilvanó el siguiente juicio demoledor de las esperanzas:

y los pueblos se han acostumbrado tanto con [sus disipaciones y corrupciones ] que ya no parecen crímenes (id. 7)

Cintillo inquietante que llevará a Elías Pino Iturrieta a asumir una posición, que juzgamos de mucha trascendencia y/o repercusión, frente al proceso histórico venezolano. Pero recapitulemos primero lo esencial, antes de entrar en esa materia de las incertidumbres.

Los «personalistas» pues, detentan su hegemonía en Venezuela contando con la obediencia de los hombrecitos (íd. 18), que considerándose ignorantes (id. 17), inhábiles (íd. 18), incompetentes (íd. 17) e incapaces (íd. 18) se prestan para la servidumbre y las esclavitudes como criados (íd. 17) a cambio sólo de sustento (ídem).

Pues bien, según el ensayista EPI ese hecho abrumador -el personalismo generalizado en la sociedad-, seguramente deje huellas en la mentalidad colectiva venezolana hasta la consumación de los siglos (íd. 18), lo que quiere decir, que el personalismo seguirá entronizado en nuestra historia nacional frustrando todas las metas históricas deseables que, Venezuela se proponga como voluntad colectiva. Tal aseveración, como es obvio, justifica todo el esfuerzo que hace este investigador por conocer a Venezuela, porque ese conocimiento señala hacia donde debe apuntar cada uno de los habitantes de esta nación, sí desea auténticamente que la voluntad colectiva de un gran viraje y cambie el curso de la historia del país hacia lo deseable por ético y por justo. Es vital reconocer el personalismo y derrotarlo.

Por otra parte, el gran descubrimiento presente en “Nada sino un hombre” es ver la estrecha asociación de la Madre Iglesia y «los primados» contra la «multitud promiscual», la cual creó en la época colonial una tiranía tan efectiva y eficaz que pervivió después que el proceso emancipador concluyó, viniendo a determinar el curso de la vida de Bolívar, Páez, Monagas y demás estadistas en ese post batalla de Carabobo, Bomboná, Pichincha y Ayacucho, pues según todas las evidencias que EPI exhibe terminaron convertidos en «mandones» al ejercer el control (íd. 12, 13), pues tuvieron y/o quisieron ajustarse y adaptarse a esa lógica perversa, porque ésta subyace en la mentalidad de nuestro colectivo y en la voluntad política de los opulentos y de las élites que los orientan, canalizan y dirigen como vanguardia de los que dominan.

Es pues de toda importancia el trabajo inquisitivo de Elías Pino Iturrieta, éste da a conocer entre otras cosas esa infeliz doctrina de “No son iguales”, la cual se hizo pública en el año 1687. Nos muestra que mientras esa doctrina no languidezca, no se podrá erigir en Venezuela ni una verdadera república ni una sensible democracia, ni ningún Modo de Vida deseable ético y justo. Creemos que esa certeza de EPI es del todo válida. Elías Pino Iturrieta es del parecer que tanto los protagonistas de ayer como los de hoy no han roto espadas contra esa viejísima tradición (íd. 15), tradición malsana que aún impregna la forma de pensar de esta sociedad donde a diario “se acarrean males infinitos” e “inmensos desalientos” fruto de tanta inequidad y abusos (íd. 7).

La pregunta hay que volverla a hacer una y otra vez para encontrar distintas respuestas y serios argumentos con los cuales fundamentarlas ¿Las mayorías en nuestra sociedad son hombrecitos, son multitudes promiscuales? De la respuesta asertiva que se dé a esta pregunta depende la pervivencia o extinción de la doctrina que sacraliza como dogma el principio de “No son iguales”.

GLOSARIO

Padres de familia: Los «padres de familia» no son los hombres que de acuerdo con la ley forman un hogar para tener descendencia, sino que “constituyen un sector especial de la sociedad que comparte el poder con el clero y con la autoridad secular” (Pino, 1993: 28). Es un distinguido grupo social que además de vástagos tienen servidumbres y esclavitudes (Mora, 2007: 83). La parentela de estos padres de familia no se reduce a la establecida por las relaciones de consanguinidad y afinidad basadas en las estructuras convencionales de parentesco, muy por lo contrario las desborda involucrando al conjunto de individuos menores (criados y esclavos) (…) patriarcas de un considerable número de dependientes (…)sobre quienes ejercen su tutela (…) y de quienes reciben el honor, el servicio, la obediencia y la reverencia (…) lo que les ubica en la cúspide de la pirámide social (id. 84)

Trasunta: Lo que se compendia o lo que se emplea como epílogo de algo.

Promiscuo: Mezclado confusamente y sin orden.

PRÓXIMO SABADO:

Escabrosos III: "La tiranía doméstica"

¿Llegaron a sembrar el  terror entre las comunidades pueblerinas las grandes familias de alcurnia en la época colonial, tanto como para que se les acusara de tiranía doméstica?
Esta interrogante la responderá Elías Pino Iturrieta mediante la presentación de casos que generan estupefacción por los personajes que involucra y el sector ilustrado, culto y educado que involucra.

Escabrosos I: Contumaz personalista

8:32 Posted by Perro Senil.

Conocer a Venezuela es una tarea ineludible para quienes vivimos, trabajamos, luchamos y soñamos en esta nación, afrontar ese objetivo -conocer a Venezuela- puede llevarnos a debatir sobre temas escabrosos, es decir, temas incomodísimos.com

En “Nada sino un hombre” Elías Pino Iturrieta (EPI) es incomodísimo en grado superlativo. Ya desde el epígrafe de la obra, este escritor se dedica a molestar a los hombres o mujeres de poder en Venezuela, y lo hace con tal habilidad que coloca en peligro la dermis de quien intenta asir su filosa forma de pensar.


Historiador y Ensayista Elías Pino Iturrieta o el retorno de la prosa de excelencia y de la erudición inteligente.

EPI empieza pues su libro con un imperativo estremecedor por la mordacidad que encierra el epígrafe de su libro:

Colóquese en la presidencia al hombre que nos de empleos y esto nos basta (…) empleos donde se pueda influir en beneficio propio (…) y de lucrar a costa del hombre honrado y laborioso (Pino, 2007: 7).

Propuesta deshonesta e insolente -escabrosa-, que sobrecoge por su brutal vulgaridad. Y práctica usual de la política venezolana, la cual se reitera en su ejercicio de modo ininterrumpido y sádico/masoquista en nuestro orden de cosas, y para el fastidio nacional se repite indistintamente en este país sea bajo un

sistema militar o un sistema civil, bajo una dictadura o un régimen constitucional, en la guerra o en la paz, bajo la legitimidad o contra la Constitución (id. 11)

o ¡por qué no? en “una revolución” (id. 10). Aserto que por extensión -de nuestra cuenta-, inferimos que también se dará indefectiblemente bajo su sucesora, esto es, en la contra revolución, porque «los mandones» (id. 11) siempre estarán al asecho de todas las oportunidades sea cual sea el color de la que esta se revista. Porque el quid del asunto, el cual esta incrustado en el núcleo de nuestra sociedad, sólo puede escribir páginas dolorosas para una Historia de la indignación.

Pero volvamos al epígrafe. Quien aquellas cosas pensó y escribió lo hizo allá a principios del siglo XIX, este calificado escritor y analista fue un cubano venezolano de valía. Él con términos incisivos eslabonó con maestría insuperable unas ideas a otras, para tejer con ellas un cintillo de palabras condenatorias, dedicadas a una sociedad con la cual se compenetró como pocos lo han hecho, su cintillo fue del siguiente tenor:

Este es el modo de vivir más conocido de nuestro país… la corrupción, la disipación… y los pueblos se han acostumbrado tanto con ellos que ya no parecen crímenes (id. 7)

Cuestión incómoda o verdad incomodísima la que presenta, pues ese testigo, deja entrever la existencia en nuestra sociedad de un grueso número de habitantes que avalan o cuando menos aceptan con pasividad el mal vivir de quienes conforman las cadenas de mando en la cosa pública.

Y no se detiene allí la rabia del autor de esas líneas -que EPI cita como epígrafe en su sobrecogedor libro-, ese buen caribeño americano entierra más adelante en su escrito la puntilla de matarife hasta la empuñadura en el asunto, al mostrar el devastador resultado que arrojará contra Venezuela ese detestable “modo de vivir” que está entronizado en las esferas del gobierno:

Hombres de esta especie son idólatras de sus sórdidos intereses (…) [y en consecuencia] se inspirará el desaliento, se acarrearán males infinitos (ídem).

Este apotegma de antología se hizo público en el año 1835 y, lo nefasto de esa desgraciada situación, según ese brillante analista de la primera mitad del siglo XIX es su persistencia, ya que dice que es

Un fenómeno constante en la historia de Venezuela… [está] en la arquitectura de [esta] nación… [es] una recurrencia de [sus] negocios públicos… [está] en el resorte de la evolución de los asuntos relativos del poder (ídem).

EPI pues trae al proscenio a este excepcional opinador -personaje que fue omnipresente en todos los grandes hechos históricos que se van a dar en la Venezuela decimonona en sus primeros decenios- para apuntar con él, al asunto central de su exposición, como es el fenómeno del personalismo. Fenómeno al cual nosotros los historiadores no le habíamos otorgado la extraordinaria relevancia que tiene en nuestro acontecer y, que a la agudeza crítica de EPI no pasó inadvertido.

El personalismo es la adhesión a una persona, que en un determinado momento histórico puede encumbrarse en el poder representando una tendencia salvadora, que puede ser una de las ya manidas opciones conocidas en nuestra historia como la salida militarista o civilista, dictatorial o democrática, pacifista o guerrerista, revolucionaria o contra revolucionaria, legalista o anticonstitucional… no importa, lo que importa es que bajo cualquiera de ellas, están quienes tienen claro -los adherentes de esa persona- en qué consiste el juego político oculto, es decir, los idólatras de esos sórdidos intereses tácitos que aquel cubano venezolano denuncia. Adherentes pues que emplean todos sus recurso para colocar en la presidencia a aquel que les puede dar empleos donde pueden ellos influir en beneficio propio y lucrarse del hombre honrado y laborioso, pues eso les basta (!!!). “¡Eso les basta!” a esos bastardos.

Esos desvergonzados y pícaros, son pues los que abundan en nuestras comarcas, son los que erigen ese modo de vivir insano y envilecedor, son los que promueven y avivan una manera de medrar que les permite y posibilita una existencia de disipación basada en la corrupción, con el abominable agravante de que los pueblos que cohabitan con esa “fauna” maldita (id. 14) se han acostumbrado a observar cómo se enriquecen y cómo se hacen poderosos, trasfondo turbio que todos ven pero callan a la espera de “si se me presenta la oportunidad también yo salgo de abajo”. Bajo tal atmósfera enviciada aquí ya no hay ingenuos ni inocentes, como pueblo ya nos identificamos con delitos que no vemos como crímenes, sino que complicientes contemplamos esa realidad retorcida como un Modo de Vida que lleva al éxito fulgurante en una triza de tiempo. El mal pues no nació con la irrupción de los petrodólares, es una patología social de vieja data e interesa al historiador, al investigar el pasado, conseguir el origen de seres tan groseros en sus miras personales.

Las elecciones son pues bajo ese esquema ruin- nuestros civilizados y ejemplares procesos eleccionarios-, el ambiente propicio para aglutinar a hombres de esa especie, en torno a quien les pueda conceder en la presidencia de la república -o cualquier otro cargo público- ese tipo de empleos. Y los hombres que inspiran esas adhesiones (porque otorgan inmunidad a los corruptos) son los que proyectan algo abyecto conocido como el

personalismo (id 12).

Fenómeno que inspira estas líneas incomodísimo.com de escritura revulsiva.

El personalismo nos indica el metodólogo EPI es el fenómeno mediante el cual se subordina el interés común a unas miras de carácter personal (id. 12), es pues, cuando se percibe que un individuo pone en función de su persona al entorno donde se desenvuelve, es decir, utiliza en su provento a: su grupo de amigos, su círculo familiar, sus conmilitones, la gente de su centro de trabajo, la multitud de su parroquia e incluso la muchedumbre de una nación entera. Son capitanes nefastos que se señalan en cualquier lugar del planeta con el cognomento recriminatorio de “ese individuo es un contumaz personalista».

Son los enemigos del interés común, ellos construyen con sus seguidores una cadena de mando para alcanzar sus sórdidos intereses en los negocios públicos, son los creadores pues de un espacio donde prospera la corrupción y la disipación, son los que promueven una cultura degradada y envilecida y, sus cultores desvergonzados no sólo aplauden esos capitanes sino que los mantienen en el poder con regocijo. El personalista es pues aquel que impide la verdadera democracia o una auténtica república o cualquier otra cosa que valga la pena como sano y amical Modo de Vida.

El tema escabroso que plantea Elías Pino Iturrieta en su obra es por todas estas sinrazones un punto crucial, es un tema que no se lee sino se traga, un tema que se deglute con repugnancia, lo que EPI narra es asqueroso, y asume esa tarea desagradable porque es necesario que algún historiador lo haga. Mediante historias de casos EPI va mostrando “Los orígenes del personalismo en Venezuela” -subtítulo de su libro-. Y al recorrer las páginas que salen de su libro provocador e irreverente los mitos se derrumban y se yergue una realidad sobrecogedora. Realidad grotesca a la cual intentará este Blog darle seguimiento, para dar conocer una historia que indigesta y que causa nauseas. Hay que tener coraje para tratar estos asuntos que hieren susceptibilidades, y EPI asume ese coraje como lo hizo el cubano venezolano que él utiliza en el epígrafe de la obra.

El epígrafe, que EPI coloca a su extraordinario libro y que incomodísimo.com lo trae a colación una y otra vez, es de un autor que llevó una vida increíble, es el multifacético, novelesco y casi irreal Francisco Javier Yanes. Un caribeño que penetró por todos los intersticios del proceso emergente, insurgente y fundacional que aflora entre 1800 y 1840 en este espacio de alucinante transformación, espacio que en sus inicios la cartografía colonizadora refirió como Tierra Firme y, que por traspiés, devino en Tremendo Tremedal, en el que las buenas maneras de vivir son cada vez más extrañas o "raras".

Francisco Javier Yanes (1777/1842)

Este libro pues, que recomendamos a los lectocuriosos, “Nada sino un hombre”, está dedicado con aviesa saña a quienes el ilustre Don Francisco Javier Yanes se refiere en 1835 como:

Hombres de sórdidos intereses.

A los contumaces personalistas -azotes del Estado y causantes de males infinitos e inmensos desalientos a sus habitantes- Elías Pino Iturrieta los reparte con las demás cartas del mazo en la mesa de juego, para que los historiadores afortunados que reciban ese naipe en su mano la utilicen como un As, el cual les puede asegurar una buena partida, por supuesto si la juegan con maestría en sus investigaciones, es decir, si le emulan como excelente historiador, nos referimos al maestro Elías Pino Iturrieta.

GLOSARIO

Provento: Lo que produce un rédito o renta.

Apotegma: Dicho breve y sentencioso proferido o escrito por un personaje célebre.

Puntilla: Puñal corto y agudo que se utiliza para rematar reses.

Revulsivo: Medicamento que sirve para producir el vómito que va a purgar el estómago de un agente que le produce al organismos graves trastornos o que incluso puede provocarle la muerte.

Conmilitón: Compañero de la guerra.

Contumaz: Persona tenaz en su error.

Tremedal: Terreno pantanoso que tiembla cuando se camina sobre él, infundiendo inseguridad y temor en quienes lo transitan.

Triza: Pedazo pequeño.

Abyecto: Despreciable y ruin.

Sinrazones: Acción injusta y no razonable que termina por hartar a todos.

Complicientes: Es la contracción que incomodísimo.com hace con dos palabras cargadas de gran sentido/significado, estas son, cómplices y complacientes, para crear una que las condensa.

Aviesa: Con una malintención, con intención malvada, con una intención torcida.

Saña: Con furor, ira y enojo. Cuando  se intenta causar daño por el rencor que provoca. Voluntad de ser cruel con algo o con alguien por el rencor que provoca. Lo que causa, pues, arrechera (enfurecido, irritado o colérico).

www.venezuelatuya.com/.../francisco_javier_yanes.htm

Si no les abre, se copia y se pega en el explorador (per exemple Google).

PRÓXIMO SABADO

Artículo: Escabrosos II: "No son iguales" (16 de octubre de 2010)

“Nada Sino Un Hombre”

8:12 Posted by Perro Senil.

“Nada Sino Un Hombre”
(Los Orígenes del Personalismo en Venezuela)
Elías Pino Iturrieta
Editorial Alfa. Biblioteca Elías Pino Iturrieta, Caracas, 2007


El Dr. Elías Pino Iturrieta, actual Presidente de la Academia Nacional de la Historia, es un historiador que entiende que el pasado nos explica el presente. Lúcido y mordaz nos brinda un peculiar recorrido sobre los orígenes del personalismo a través de lo que fue el paso de Colonia a República.


Historiador y ensayista Elías Pino Iturrieta.

La Independencia se convierte en epicentro, ruptura y paradoja de un nuevo tiempo que intentó sustituir al Rey por instituciones liberales, republicanas y modernas. Sólo que las buenas intenciones, tropezaron con una realidad indómita, que nunca estuvo preparada para aceptar plácidamente el nuevo experimento social.

La Independencia de Venezuela fue un auténtico “holocausto” muy alejado de las interpretaciones líricas y heroicas que han terminado por deformar su historia. Pino Iturrieta, nos demuestra como el sector blanco criollo sólo estuvo interesado, aprovechando el vacío dejado por la Metrópoli (1808), en tomar el poder y mantener todas las prerrogativas sociales, políticas, culturales y religiosas que le otorgaban preeminencia en la dirección de la otrora sociedad colonial. Sólo, que de manera inesperada, la guerra y la anarquía terminaron por socavar los sueños de una transición pacifica y negociada.

A partir de entonces, en un escenario de institucionalidad frágil, por no decir, inexistente, los letrados y agentes del orden le cedieron el paso a los aventureros y pequeños reyezuelos para dirimir una supremacía que muy poco tenía que ver con complejos idearios filosóficos. Caudillos realistas y republicanos, se alternaron en triunfos y derrotas, proclamando el más descarado voluntarismo (“En Venezuela manda el que puede no el que quiere”, frase atribuida al Libertador). La guerra borró de un plumazo las diferencias sociales, y de manera inesperada, se prendió la mecha de una rebelión popular que nunca debió manifestarse de acuerdo a la lógica de la aristocracia criolla. Los caudillos o “colosos”, terminaron rodeándose de una clientela de menesterosos que alimentaron con dádivas a cambio de lealtades. Ninguno de ellos, incluido Bolívar, luchó para redimirlos y favorecerlos. No existió en el marco de la Independencia, ningún proyecto político de orientación realmente popular. Evidencia sobra de la desconfianza que hubo en Bolívar hacia la incapacidad del pueblo para ser capaz de regirse por las nuevas instituciones republicanas (Los Republicanos Ineptos). De hecho, Pino Iturrieta, pone el dedo en la llaga, cuando plantea siguiendo las conductas del Libertador alrededor del ejercicio del poder, que éste terminó por fomentar toda una cultura a favor del personalismo y la autocracia.

Páez, Mariño y José Tadeo Monagas tomarán el testigo, y propondrán a una sociedad, desarticulada y estupefacta, los sombríos designios de un paternalismo caudillesco y militar, del cuál, aún hoy, luego de doscientos años, aún no hemos sabido librarnos.

“Nada Sino Un Hombre” es una reflexión profunda y acertada, de un historiador crítico y combativo, que ha puesto su pensamiento al servicio de todos los venezolanos que queremos entender nuestra historia más allá de las tramposas construcciones oficiales.

Dr. Angel Rafael Lombardi Boscán
(Historiador-Universidad del Zulia)
Mayo 2008.