Escabrosos IV: Cadenas de mando

20:46 Posted by Perro Senil.

No resulta sorprendente que los individuos menores - la multitud promiscual-, sufriendo la «tiranía doméstica» de los amos, no estuviesen dispuestos a seguir al mantuanaje -los primados o estamento primacial- en los eventos de la emancipación. De allí que es patético cuando Bolívar constata cuan poco aquellos sectores estaban dispuestos a acompañarlos en aquella gesta. En una misiva remitida a Márion desde Carúpano, en junio de 1816, le indica que no obtiene la incorporación de los negros en la lucha, y sorprendido exclama

He proclamado la libertad absoluta de los esclavos… ¡La tiranía les ha puesto en tal estado de estupidez, en tan grande sentimiento de terror, que han perdido hasta el deseo de ser libres! Muchos de ellos han seguido a los españoles o se han embarcado y los han vendido en las colonias.

Y luego agrega con estupor y frustración

Se han presentado apenas un centenar de ellos (Pino, 2007: 165).

¿Cómo, entonces, el bando independentista logra incorporar aquella muchedumbre en aquel maremágnum? o ¿Qué vínculo es el qué hace posible incorporar multitudes a la guerra? Los «hombrecitos» rinden obediencia a los opulentos, pero “no surge una dependencia acogida con regocijo sino impuesta por la fuerza” afirma Elías Pino Iturrieta (id. 32). En incomodísimo.com creemos que, para que la estructura de mando funcione como una correa de transmisión entre «los superiores» y «los inferiores», el nexo, no se puede producir entre los límites de la proximidad, es decir, es iluso de toda ilusión pensar que se presentarán los esclavos ante su Libertador, ante quien proclamó el fin de su yugo, pensamos que jamás se presentarán ante quienes la colonia elevó a la calidad suprema de «seres excepcionales», porque en el imaginario de los subordinados ellos son la contrafigura de «los hombres capaces», ellos son «los seres inhábiles», y entre ellos sólo se debe guardar distancia.

Es incongruente considerar, pues, con todo lo que ha venido explicando Elías Pino Iturrieta, que los negros acudan atropelladamente ante la convocatoria de ir a la guerra, y esto es así porque Elías Pino Iturrieta ha develado el enrevesado abismo que separa a «los primados» de «los hombrecitos», la doctrina católica les ha enseñado que “No son iguales”. Es por tanto absurdo esperar que los liberados corrieran a postrarse ante Bolívar o a alzarlo en vilo o a agolparse para ser incorporados en su Ejército libertador. Bolívar con estupor intuye la causa de tan frustrante resultado, señala que «la tiranía» tiene que ver con ese pasmoso fenómeno que le impide sumar a sus filas a los beneficiados de su medida liberadora. Simón busca a tientas una explicación y emplea la variable acertada, la tiranía, pero no puede ir más allá pues está ahogándose en sus propios prejuicios, infiere que están en un estado de estupidez, en gran sentimiento de terror, que no desean de ser libres, y no avizora que simplemente la distancia que les separa es insalvable y que ha de recurrir a «los vicarios» correspondientes para poder conectar al Estado mayor de su ejército con aquella muchedumbre. Se requiere pues de quien no los consideran estúpidos, inhábiles, medrosos, incapaces de expresar afecto y carentes de todo racionamiento, descalificativos que se los propinan los primados y los obispos, se requiere entonces del «vínculo», es decir, de los que conocen su valor extraordinario, porque ellos son los que logran sobrellevar la miseria, el desprecio y la expoliación con estrategias de sobrevivencia inéditas.

¿Cuál es la vía mediante la cual Bolívar –y los otros nobiliarios- pondrá a los esclavos a su lado en aquella lucha? Este nudo historiográfico es un acertijo, que no es de difícil solución, pues si el lector del libro de EPI se ciñe al estructurado relato acucioso que hace su autor sobre Páez en el subcapítulo “El Nacimiento de Un Jefe” y a la sólida lógica que este intelectual ya ha puesto en movimiento con “Nada sino un hombre”, surgirá sin esfuerzo los eslabones de la cadena de mando para que funcione la maquinaria que Bolívar quiere colocar en movimiento (sobre este asunto y sus prolegómenos se puede consultar: 77/84). Si nos ceñimos a lo que EPI presenta, aparecerá el eslabón clave, el vicariato que necesita Simón, lo que va a darle sustento material a su proyecto emancipador, es decir, el pueblo.


Construyó una gigantesca «cadena de mando» para resistir, hostigar y vencer a España. Y luego fue asediado por las cadenas de mando que brotaron por todas partes sufriendo una fenomenal derrota a mano de ellas.

Guiándose por lo que EPI expone en su relato histórico, llegamos a Bóves (52/59), el primero que se gana la adherencia social de la «multitud promiscual» y, podemos suponer, que tal vez lo logre porque

La subordinación les amarga y los precipita en su intento de sacudir el yugo de la sujeción (id. 31)


José Tomás Boves.

Ese factor puede actuar y actuó, es la base de la explicación convencional, pero no es toda la explicación. Hay que partir de que Bóves es un comerciante y contrabandista (íd. 57). No queda duda que bajo esa condición trata con los caporales, mayordomos y capataces que están al frente de la hacienda, pero que también están a la cabeza del peonaje, es decir, la tropa en potencia. Ellos «los capataces» son el grupo vicario que tienen los amos en las haciendas, hatos y plantaciones, son la fachada del peonaje y la puerta abierta ante los comerciantes que abastecen la unidad de producción, ellos mandan, vigilan y toman decisiones de administración de la finca, gobiernan aquella masa laboral, ojean como mayorales a los animales bravíos, y como caporales dirigen y guían a aquel grupo de gente de la cual son responsables, imprimen pues en esa masa disciplina y les inculcan la costumbre de responder a sus órdenes de mando. Boves está como proveedor de haciendas y como traficante de potenciales comisos en contacto con esos mandamases que ejercen el control directo e indiscutible sobre el campo. Como comerciante y contrabandista, Boves, aglutina en torno a su persona a aquel estrato que goza de algunas prerrogativas concedidas por los mantuanos a aquellos hombres especiales, extraordinarios porque son los que les garantizan al amo el trabajo fecundo de su mano de obra y, algo más importante aún, su docilidad. Son los que permiten al amo ser un holgazán. Tienen por partida doble, este «vínculo», la confianza de los primados y la lealtad del peonaje.

Con esa conjetura previa se puede realizar un acercamiento a Páez, utilizando la hermosa colección de datos que EPI clasifica y expone con rigor en su escrito:

José Antonio Páez en su Autobiografía elabora un mito, perteneciendo a una familia de fortuna, pretende sugerir que tuvo un origen muy humilde, así es más grande la hazaña de haber llegado a Presidente de Venezuela. En consecuencia señala en sus memorias: “Nuestra fortuna era escasísima”. Pero aporta una información -que complementa aquella que es fundamental para especificar a qué sector social pertenece-: su padre era un funcionario colonial, y se desempeñaba como burócrata del estanco de tabaco, dice “Mi padre servía de empleado de gobierno”; por lo que narra se infiere que su niñez y adolescencia la transcurre entre ciudades y pueblos, pues al referirse a su progenitor señala que “jamás tuvo residencia fija” (id. 121). José Antonio Páez habita, pues, en las casas de las poblaciones de ese entonces y no en las viviendas miserables de los trabajadores del campo, conoce buena parte de la geografía debido a la mudanza de su progenitor y, como su padre está al servicio del Estado, debió aprender a comportarse en el ritual de la subordinación/dominación bajo sus consejas y las de su progenitora (puesto que da muestras de un gran dominio de esas conductas a lo largo de toda su vida); José Antonio Páez completa su mapa social con la siguiente apostilla “ella me mandó a la escuela” –refiriéndose a su madre María Violante, y por lo que cuenta, se puede colegir que aprende de esa experiencia dos cosas que le marcan indeleblemente, su preceptora recurre a esa industria -abrir una escuela- “para ganar la vida” y, además, allí recibe los rudimentos de aprender a leer y “a formar palotes según el método del profesor Palomares” (ídem), de lo cual se infiere, primero, el claro propósito de labrarse una industria para vivir por cuenta propia y no ser dependiente y, segundo, con aquellos rudimentos quedaba a una enorme distancia de los que no recibían ninguna instrucción para poderlos mantener en esclavitudes y servidumbres. No pertenecía pues, quien llegará a ser en el futuro “El Centauro” y el Presidente de Venezuela, ni al peonaje ni a los miserables. Y su conciencia de clase –aún cuando esta categoría suene a manida teoría- era la de pertenecer al círculo de los que tienen fortuna.

En una segunda edición, Páez y Herrera -este es el apellido de su madre- a través de la red familiar ingresa a la tienda de su cuñado Fernández, esto es, ingresa al sector donde se movía Boves. El establecimiento era una mercería y bodega “en donde me enseñó a detallar víveres” y, donde es obvio que se integró a las relaciones sociales de carácter urbano y, en consecuencia, a empezar a ser reconocido como un vecino. Vivir en población y no en el monte era un estatus muy especial en la época colonial, los «vecinos» como bien lo indica Germán Carrera Damas pertenecían al estrato de los propietarios -eran los dueños de casas en el pueblo, poseían tiendas y su fuente de fortuna eran sus unidades agrícolas o pecuarias, pero lo más destacado de su estado era que vivían de una renta-. En esa etapa de su vida Páez -apenas transitaba hacia su adolescencia- sabía “ganarse la vida” y muy lejos de los oficios viles. Narra en sus memorias que, en las horas de la mañana era comerciante y en las de la tarde se dedicaba a la siembra de cacao (íd. 122). Y por lo reseñado su red social familiar está imbricada con los avatares de dos de los productos sinónimos de riqueza de aquellas provincias: el tabaco y el cacao, y ese medio ambiente indica buenos contactos sociales y políticos.

El Páez I es el niño, el Páez II es el adolescente y el Páez III es el de la adultez. Accede a la adultez mediante un acto de iniciación, una prueba de hombría, vive la experiencia de un lance donde su contendiente pierde la vida, y en su huída de la justicia se oculta en un hato donde finge pasar por peón. En su Autobiografía confiesa que no lo logra, ni el capataz ni el amo de la hacienda se tragan el cuento, pero bajo el mando enérgico del primero pone a prueba lo que le inculcaron en su hogar, se ajusta en aquellas condiciones desventajosas al ritual de la subordinación sin discutir y, bajo las nuevas experiencias en medio del peonaje se le imprimen nuevas marcas: “domar caballos salvajes”, “pastorear el ganado”, hacer vigía por las noches, “cortar con hachas maderos para las cercas” (ídem), es decir, adquiere el conocimiento básico para mantener un hato, y observa cómo el capataz gobierna aquella gente ruda y dura que es muy hábil en su oficio, y como administra ese mayoral la unidad pecuaria.

Como peón se ubica en un extremo distal de la jerarquía social, el diametralmente opuesto y más lejano de los nobiliarios que están en la cúspide mientras él se encuentra entre «los hombrecitos». Pero luego de esta fase vital Páez va a encontrar una colocación en la cadena de mando, en un ubicuo donde queda por encima de los capataces, dice “tuve la suerte de conocer a Pulido, quien me sacó del estado de peón, empleándome en la venta de sus ganados” y suelta una perla en su Autobiografía que confirma el aserto que se ha venido manejando, lo que dice corrobora que su red social familiar tiene un peso específico, dice en sus memoria “mi familia me había recomendado a él”, no fue pues cosa de “suerte”, fue asunto de influencias, porque los burócratas se entienden con los productores agropecuarios, porque son del mismo pelaje. En esta segunda fase el personaje recupera su verdadero estado, él es de «los de fortuna», así esta sea “escasísima”, no está posicionado entre los explotados del sistema, está entre los beneficiarios. En su entorno íntimo hay un empleado de gobierno, un tendero y plantador de cacao, un propietario de un gran hato llanero y, él engrana con esas «calidades», porque ahora comercia con ganado, oficio en el que al poco tiempo pasa de «dependiente» a quien se gana la vida por cuenta propia. Emuló, pues, a su maestra Gregoria Díaz, la de la escuelita del pueblo de Guama. En ese periplo vital se encuentra el adulto con el niño y, el resultado es un «ser industrioso» y decidido, dice “aprendí el negocio y me retiré [de Pulido] para ocuparme en él por mi propia cuenta”, corona al fin su adultez y en ella se hace autónomo (íd. 123).

Páez es, a estas alturas, un hombre dedicado “a sus propios negocios”, es decir, llega a donde «un hombrecito» ni siquiera sueña. Es todo un Boves, es decir, llega a donde tiene que llegar un español, a «hombre capaz». Y como tal tiene peones a su cargo que sabe mandar y de quienes sabe sobre todo obtener su lealtad, son sus hombres para arrear manadas de bestias o para cualquier otra empresa, son la mesnada que ha atado a su costado. Es ducho, además, en la cultura de las jerarquías, sabe exhibir lealtad, tan importante en aquel mundo colonial, ese atributo funciona de los de abajo hacia los de arriba y en la cadena de mando él la debe a quienes están por encima de su persona, así es como aquella sociedad se pone en marcha. Cuenta Páez que “Andando el tiempo tuvo Pulido la necesidad de reunir cierta suma de dinero por medio de la venta de ganado. Me encargó de ella; con gusto y agradecimiento desempeñé su encargo” (ídem), allí estas puesta de manifiesto la lealtad automática. En otra ocasión, vuelve a exhibir la conducta «correcta», puesto que se pliega sin cuestionamiento alguno a las demandas que le hace la cadena de mando en la cual se encuentra incorporado en Barinas y Apure, y obedece sin chistar y de modo expedito a su superior y libertador -fue quien le libró del peonaje-, narra “En 1810, fui llamado por primera vez al ejército y me alisté en el escuadrón que mandaba Don Manuel Pulido” (id. 124).

El biografiado pone en evidencia las conexiones que son necesarias para eslabonar una correa de transmisión que vaya desde «los hombrecitos» hasta «los prohombres» más encumbrados de la Independencia, esto es, la subordinación muchedumbre a los opulentos, es decir, lo que busca Bolívar a ciegas, pues está perdido en sus prejuicios de clase.

Lo trágico de esa cadena de mando que se está construyendo a tropezones es que está en función de los intereses de los opulentos, es decir, hay un beneficio personalista y no colectivo. Y ¿cuál es el interés de los nobiliarios? Su interés es el de hacer negocios, y la guerra es un gran negociado, esto lo conocen ellos muy bien, es la historia de sus familias antiguas, pertenecen a la cultura de estas sociedades que se levantaron con las voluntades férreas de hombres como el Tirano Aguirre o con conquistadores como Hernán Cortes o con guerreros tan célebres como Diego de Losada y Antonio Sedeño (íd. 21/24). De esa argamasa eran sus tatarabuelos, los que labraron con esas tropelías sus ostentosas posesiones, los que se convirtieron en fundadores de ciudades que les concedieron la gracia de que el Rey les entregase títulos nobiliarios, ciudades donde ellos deberán ser reconocidos como «los principales» por los vecinos. Pero en las actuales circunstancias, deben desempolvar sus escudos y retomar sus espadas y sus armas de fuego, porque temen que sus servidumbres y esclavitudes “se intenten sacudir el yugo de la sujeción” y tienen conciencia que la España peninsular no está en capacidad de preservar la seguridad de sus familias y la conservación de sus propiedades. De esa gente y de sus vicisitudes surgieron, entonces, quienes encabezaran como Generales al Ejército Libertador. Para ellos, aquel paso, no es extraño, es lo que corresponde a la tradición de su abolengo y a su linaje, la acción bélica es esencial a su nobleza. Pero algunos serán cobardes y traicionan a su cultura de clase, serán el bando defensor de Fernando VII, otros por lo contrario se convertirán en cabecillas de la insurgencia para protegerse a sí mismos como clase dominante y, para algo más importante, una nueva empresa: apoderarse de la colonia, una nueva proeza, una nueva hazaña llegar a tener un reinado, son el bando de los patriotas -esa es la historia del Medioevo europeo que intentan replicar acá estos indianos-. Un contemporáneo hará mención de quienes escogieron esa vía en la provincia de Venezuela:

las familias de los principales, los de las grandes riquezas, es decir, el Marques del Toro, los hijos del Conde de Tovar, y los miembros de la familia nobiliaria de los Bolívar, Ribas, Clemente, Montilla… gente de las casas más opulentas, de las primeras en lujo y esplendor (id. 35)

Los Ribas del estamento primacial.

Ahora bien, este «estamento primacial» de gente muy selecta van estableciendo conexiones con hombres que no son de su distinción, individuos menores como Páez, y el vínculo que materializo ese contacto fueron los grandes propietarios como Don Manuel Antonio Pulido ganadero de las Provincias llaneras de Apure y de Barinas, y Páez a su vez es el vínculo con el peonaje, pero por intermedio de los capataces que son quienes crean la correa de transmisión para que aquella monstruosa maquinaria de muerte tenga miles de hombres como fuerza motriz, para exaltar a los primados a la condición de héroes de la patria.

La red social conecta toda esta gente decisiva que mezcla negocios y parentelas, relaciones amicales y mucho ritual de subordinación/dominación. José Antonio Páez, hombre de negocios, es redundante en esas muestras de lealtad y sumisión, en cada relato de su Autobiografía se trasmuta en Gregoria y abre su escuelita para ilustrar como el hombre correcto debe dar muestras permanentes y notorias de subordinación y de dominación, es decir, reconocer que no somos iguales, hay unos arriba y otros abajo, ser pues un fiel seguidor de la doctrina de la inequidad. Páez llega incluso a ser patético en este respecto, cuando refiere a Don Manuel en su Autobiografía, lo hace en los siguientes términos que lo reducen al macho sumiso, dice “él me ofreció su protección conservándome a su lado”.

La cadena de mando, pues, se ha completado, no falta ninguna pieza, aquellas fortunas ávidas de mayores caudales, más tierras, incremento de poder y superior estatus social, podían asumir de nuevo, como sus ancestros indianos, la tarea de realizar inmensas matanzas sin el menor rubor, lo único que en esta oportunidad, ondearían las banderas rojas de la Revolución Francesa y los gorros frigios de los jacobinos, y muchas otras enseñas que levantaran para ocultar su nueva empresa de negocios y más negocios, la empresa era ahora apoderarse de la colonia, con las mascaras de la republica, la igualdad y la democracia.

El salto al vacío, es decir el arrojo para emprender la guerra de Independencia, era inevitable, su fortuna en estos tiempos les permitía humillar con su opulencia hasta los funcionarios más altos del Estado español o a los más altos dignatarios de la Iglesia Católica (id. 26/29), ellos como contumaces personalistas no podían evadir esa convocatoria que les hacía la gloria y la historia. Y en esa empresa, hombres como Páez tenían mucho que ganar, podían aspirar a llegar a ser «los pares» de «los dones», dones con Don Manuel. Lo único que no podía prevenir aquel comerciante con alma de funcionario colonial era que en medio de aquel maremágnum iba a llegar más lejos de lo que cabía en su imaginación, porque llegó alto, llego a representar a «los opulentos» en el Estado, a fungir como Presidente de la República y, se encargó de protegerlos con su temida y admirada lanza de Centauro y a enriquecerlos con las tierras baldías y nacionales y, a firmar leyes que les permitían arrebatar tierras, casas, tiendas a los propietarios más vulnerables.


Don José Antonio Páez y Herrera.

Páez no sólo llega a ser de los patricios su «hombre de armas», sino también la cabeza visible que les libró como estadista del «longanizo de Bolívar» para que nada los detuviese como unidad corporativa de tomar posesión de la patria como su hacienda personal y convertir al pueblo en su peonaje. Otros como él, hombres de presa, vendrán a su tiempo tras su empleo -recuérdese lo que pensaba de los empleos Francisco Javier Yanes- y llegarán gracias a la constancia y trapacerías finalmente a desplazarlo del puesto.

 Impresionante retrato del Libertador.

El hombre de presa que le arrebatará el empleo a Páez, será aquel que se referirá a su persona como si hiciese un gran descubrimiento para los venezolanos, dirá “Nada sino un hombre”. Le llega pues a Páez la hora de entregar el mando, lo que los opulentos necesitan frente al gobierno no sólo es un hombre con capacidad de mando, es decir, que restituyera el control de dominación sobre las «multitudes promiscuales» -tarea que Páez cumple con exactitud-, sino que además garantice que, con sus altas miras personales se favorezcan sus sórdidos intereses –y la crisis económica que se agudizaba no conciliaba con ese objetivo, muchos aristócratas estaban en quiebra y se reunieron en el partido liberal y conseguirían a un Ezequiel Zamora que les sirviese de vínculo para hacer la correa de transmisión con la carne de cañón-. El personalismo requería, entonces, una nueva figura y esta será Antonio Guzmán Blanco, él sería el que ahora otorgaría los empleos y ¡eso nos basta! Pues bajo Páez se arruinaron muchos hacendados y se estaba, ¡Par Dieu! perdiendo el control del peonaje, y ellos no dudaron de nuevo hacer la guerra para enderezar de nuevo sus negocios, esta fue la Guerra Federal. Páez en medio de esos grandes acontecimientos es uno de los grandes mandones que ha tenido la historia venezolana y Antonio Guzmán Blanco fue el otro en los “Tiempos de Ezequiel Zamora”, este sinuoso personaje en un arrebato de la más exquisita envidia y desesperación dijo del Centauro:

¿Lo veis? Un solo objeto, nada sino un hombre: Páez mandando desde la Batalla de Carabobo hasta este día. Con el sistema militar y el civil, bajo la dictadura y por la Constitución, en la guerra como en las paz, vos mandando… en todos los días de esta República y de la otra República, vos señor, mandando… en Madrid se ha visto la corona en tres cabezas durante el sempiterno reinado de Páez sobre Venezuela (id. 11)

La poderosa lógica que Elías Pino Iturrieta aplica en esta obra, en este maravilloso libro capaz de inspirar a un perro, a Perro Senil (a) El Pege, llega a ser tan impulsiva que le insufla vida propia a esa forma de expresión del pensamiento. En este portentoso ensayo de EPI esa lógica se soterra y busca afanosa una hendija para mostrar una versión de la Independencia -de sus mecanismos profundos- como sólo un ensayista de la talla de Elías Pino Iturrieta podía poner a punto de cristalización. La forja de una cadena de mando es ese mecanismo indispensable y fundamental para que el personalismo rinda sus frutos, y tanto Páez como Guzmán Blanco fueron artífices excepcionales de esa proeza. Esa hazaña, que lo es por Dios, debe ser dilucidada y descrita por los historiadores de las nuevas generaciones para dar a conocer lo que es Venezuela a sus compatriotas y todos los habitantes que se acogen en este territorio despoblado y desolado por esas alimañas.

En “Nada sino un hombre” pues -queremos concluir-, EPI muestra a través de su exploración el origen del personalismo en Venezuela, y lo hace utilizando el recurso de memorables e impactantes casos de historia de vida que expone a girones. EPI muestra y pone en evidencia cómo se estructuraron las «cadenas de mando» en la Venezuela insurgente, sólo con el logro de esa descripción y de sus mecanismos enrevesados este libro es una verdadera locura. Lo que resta por decir es que ante esas «cadenas» nauseabundas las «multitudes promiscuales» hartas del abuso de los contumaces personalistas y, con ellas, los intelectuales indignados como Francisco Javier Yanes sólo tienen un grito “!Abajo cadenas!”



Elías Pino Iturrieta y su delirante inspiración convertida en libro.

ACLARATORIA:

No dudamos en identificar a «los escabrosos» con los que participan y se involucran con esas cadenas de mando construidas bajo los dictados del perverso personalismo. De allí el título que se ha otorgado a esta serie de artículos: “Escabrosos”, título que compromete al Blog Incomodísimo a esa repulsa general y estruendosa que convoca este historiador irascible de indignación y monstruoso por su poder trastrocador, el gigantesco Elías Pino Iturrieta.

NOTA: En el “Nacimiento de un Jefe” -capítulo del libro de EPI- emerge una y otra vez los signos de subordinación/dominio de los cuales hacía gala José Antonio Páez, así como se ponen en evidencia con sus actuaciones otros elementos propios del ceremonial de una sociedad jerárquica, las cuales imaginamos van a ser una delicia para los antropólogos sociales cuando trituren esas páginas para realizar sus emplastos. Constatar en El Centauro esas conductas de teatralidad ceremonial que sustancian al sumiso/déspota, coloca a su figura en el rango que en verdad le corresponde en aquella sociedad, es decir, en una Grandeza distinta a la que le colocan los apologistas, quienes construyen una apoteosis demeritoria, porque no permiten hacer visible lo que en realidad es su auténtico y grandioso protagonismo en unos tiempos difíciles. Elías Pino Iturrieta como EPIgrafista de excepción hace una selección de documentos y textos donde están inscripciones y las convierte en una fuente de una historia irreverente, no se arredra en su inquisitoria incontinente y acomete sin titubear contra el procerato sacralizado por una historiografía convencional que él desprecia y lo exaspera. Acá en Incomodísimo sólo hemos tocado unos reducidos casos de los que expone en su obra, escogimos aquellos que consideramos esenciales para llegar al cataclísmico meollo que lanza con furioso arrebato en esas líneas bien hilvanadas. Los casos que allí pueden leer los lectocuriosos encierran un rico bestiario que imaginarán con arrobo y con turbación, porque ese bestiario es parte esencial de las circunstancias infelices de la tragedia nacional que, este fino escritor relata con magistral dominio, debido -sin duda alguna-, a una cultura erudita y aun modo de pensar inédito que posee este prolífico escritor a quien no le bastan los empleos para sentirse vivo y útil.

ESTE LIBRO TIENE EXISTENCIAS EN LOS ANAQUELES DE LAS MEJORES LIBRERÍAS DE MARACAIBO EN LOS CENTROS COMERCIALES: COSTA VERDE, LAGO MALL, SAMBIL, es de suponer, pero no lo hemos constatado que también esté disponible en la Plazoleta de la Facultad de Humanidades de LUZ y en las librerías: El Quijote y La Cultural.

Elías Pino Iturrieta. Nada sino un hombre. Editorial Alfa. 350 páginas.

GLOSARIO

Vicario: El que representa a su amo frente al peonaje en este caso.

Extremo distal: Son las partes del cuerpo social más distantes entre sí en este caso.

Epigrafista: Es el que se dedica a estudiar las inscripciones que requieren ser descifradas.

Comisos: Retirada de una mercancía al que comercia con ella por estar prohibida o por comerciar con ella de manera ilegal, la cual al ser incautada por las autoridades se convierte en un decomiso.

Longanizo: Al libertador Simón Bolívar le tenían un sobrenombre bastante peyorativo, le decían longanizo, debido quizás a lo flaco, “y relacionándolo con un loco de la calle que era entonces famoso por sus uniformes de utilería”.

ENTREGA DEL MES DE NOVIEMBRE

Se abre con el artículo:
"1492" del Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán.
(Aparecerá el 6 de Noviembre de 2010)

Luego viene una serie:
"1421"   I:  Fusang
(Se publicará el 13 de Noviembre de 2010)
"1000"  II:  Beni
(Se publicará el 20 de Noviembre de 2010)
América Llánida III: Ka Tu Gua
(Se publicará el 27 de Noviembre de 2010)

Los dos primeros materiales están dedicados al
DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA
"1492": Observación amplia sobre el significado del descubrimiento de los europeos.
"1421" Narra el arribo de los almirantes de una flota China a este continente.

El tercer material está dedicado a
LA GENTE DE BENI 
 que el año "1000" ya habían creado un paisaje por antropogénesis en este continente.

Y el último artículo de esta serie está dedicado a
LOS CARIBES
como un movimiento de renovación.

Los libros que fueron utilizados para escribir estos Incomodísimos son:

a) Gavin Menzies. 1421 El Año en que China Descubrió el Mundo. De Bolsillo. 2009. 603 páginas.
b) Charles C. Mannn. 1491 Una Nueva Historia de las Américas Antes de Colón. Taurus. 2007. 632 páginas.
c) Carmen Helena París. Huellas Ka.Tu.Gua. UCV / Ensayos 203 páginas /Cronología 461 pp./ Toponimia 304 pp.

Incomodísimo.com os los entrega en breves páginas
para que disfruteis de tanto  saber
impresionante y desconcertante.

0 comentarios:

Publicar un comentario

INSTRUCCIONES:
1.- Escriba en el recuadro su comentario.
2.- En "Comentar Como" seleccione Anonimo si no tiene cuenta de correo electronico de las opciones allí ofrecidas.
3.- Siga las demás instrucciones.