Escabrosos III: “La tiranía doméstica”

8:06 Posted by Perro Senil.

Causa consternación enterarse de cuál era el mundo soterrado del estamento noble de la época colonial venezolana, en otras palabras, da grima observar la conducta infame de aquellos “caballeros” (Pino, 2007: 26) que integraban las clases dominantes de ese entonces. Pero antes de  entrar en las escabrosidades de los “casos” que se van a dar a conocer -que no son el objetivo de esta exploración-, hay que incursionar por las extrapolaciones en que se mueven esos personajes, para entender por qué llegan a instituir una tiranía sobre quienes están por debajo de su pretendida alcurnia, pues éste si es el objeto que nos interesa, porque es lo que motivó a Elías Pino Iturrieta a hacer las reflexiones de su genial ensayo que se está presentando a quienes gustan leer buenos libros.


Marques Francisco Rodríguez del Toro.

Primer prócer enterrado en el Panteón Nacional.

Un caballero era un hombre con linaje, su ascendencia era la de la aristocracia antigua, era un mantuano, pertenecía a los opulentos, era un rico propietario, en síntesis los de su grupo lucían como los apoderados de Dios (íd. 26, 27). Muchos de ellos poseían títulos nobiliarios, como el de Marques y, todos exhibían distintivos físicos que les permitían la ostentación, como era poseer en sus mansiones: caballerías, lujos, esclavos, retratos de sus ascendientes, antesala para recibir a los funcionarios del Estado o a importantes personajes, y poseían un salón donde ejercitan un ceremonial que les permite mostrar su prepotencia (íd. 26). En el extremo distal de ese selecto grupo estaban las mayorías, las cuales ni siquiera recibían el tratamiento de “estamento”, sino que eran descalificadas de entrada como la “multitud promiscual” (íd. 30), integrada por las castas, los negros, las mezclas, los indios… y sobre esos “hombrecitos” el intelecto de los caballeros les llevaba a susurrar:

En ellos no hay honor, reputación, vergüenza, intimación que los ponga en razón, ni virtudes. Su profesión es la embriaguez, su aplicación es el robo, su desquite la traición, su descanso la ociosidad, su trabajo la holgazanería, su estudio la incontinencia. No sienten la desnudez, la mala cama, la corta razón y ni aún el castigo, anegados en vicios y en torpezas carnales, la subordinación les amarga y les precipita en crueldades y en los execrables pecados de intentar sacudir el yugo de la sujeción (íd. 30, 31).

Ante esas circunstancias, donde la acusada extrapolación del imaginario coloca frente a los “hombres capaces” a una multitud de “ineptos”, el único fruto que puede prosperar es el “desprecio” y el único gesto la “humillación” de los individuos menores (íd. 31). No resulta pues, de extrañar, que los “caballeros” incurriesen en su cotidianidad en prácticas pervertidas como las:

(…) de comercio sexual con mujeres casadas o con numerosas esclavas y de concubinatos públicos con niñas indias, con intentos de violación, autores de recados lascivos, violento genio y libertinaje en el hablar, de apetitos expresados con braveza y poderío, con represalias como la de colocar al cepo de ambos pies a un hombre porque su mujer no fue a su casa. Autores pues de terribles violencias, que infunden miedo, que causan la existencia de gente medrosa que temen pasarlo mal con dicho sujeto, gente que tienen bastante para dejar el pueblo y comodidad para huir de sus rigores (…) (íd. 26, 27)

En pocas palabras son “caballeros que han sembrado el terror” (íd. 27) y en razón de ese horrendo crimen contra la comunidad son imputables de ser acusados de “una tiranía doméstica” (ídem) execrable y condenable que tuvieron que sufrir las mayorías y todos los demás estamentos de aquella sociedad jerárquica abominable. EPI presenta el siguiente caso:

En marzo de 1795 uno de aquellos opulentos es acusado de terribles violencias ante el obispo Diego Antonio Díez Madroñero. El eclesiástico obliga bajo juramento a los habitantes de la localidad donde se residencia aquel personaje prepotente y descortés [íd 26] a denunciar las faltas del rico propietario de sangre azul. Las declaraciones tienen que desembucharlas ante un crucifijo, poniéndose en evidencia el terror que aquel “apoderado de Dios” siembra. La averiguación detallada se engrosa y se convierte en un informe contra el impertinente compulsivo. Pero todo fue en vano, el linaje y el abolengo se impone y, como es de suponer, el caballero detuvo el proceso, se salió con la suya, y consiguió una orden para que el mitrado borrara los autos y el nombre del hidalgo quedara resguardado como un apellido de honor. Además de que obtuvo como aditivo que, quienes declararon en su contra recibieran de aquel cimero representante de la iglesia su respectivo castigo y la prevención de guardar silencio (íd. 27).



Don Juan Vicente Bolívar y Ponte uno de aquellos opulentos.

Como es notorio en ese relato escabroso, la tiranía de tan encumbrados personajes -en este caso se está hablando del padre del Libertador-, alcanza incluso a un príncipe de la Iglesia, el cual por cierto, era un terrible perseguidor de pecadores, es decir, era otro “inclemente” tan terrorífico como don Juan Vicente de Bolívar (íd. 28). Por lo que no causa asombro que estos afamados atropellen también a otras dignidades en aquella cultura de las jerarquías. EPI muestra en esa otra dirección este otro caso:

En 1796, don Francisco Felipe Mijares de Solórzano, IV Marques de Mijares, se retira con ostentación de una parada militar y eleva más tarde quejas ante el trono por la admisión del comerciante canario Sebastián Miranda a la plaza de Capitán de las Milicias Blancas de Caracas, una petición que avalan otros miembros del estamento primacial pese a que en aquel personaje nadie ha observado conducta reprochable. Pretenden que desde Madrid se revoque el nombramiento por tratarse de un mercader público, antes cajonero, su mujer fabrica y vende pan y se rumora que es hijo de un barquero y sujeto de dudosa limpieza de sangre (íd. 29, 30).

No quedaban pues tampoco exentos de “la tiranía doméstica” los comerciantes, los artesanos y los que desempeñasen oficios menores, su mando pues era el de genuinos «mandones» que ejercían un trono. Eran una autoridad altiva que desprecian al resto de la colectividad (íd. 31) y de la cual no era esperable que se convirtiesen en próceres fundadores de la República, porque a lo único que aspiran es a un imperio privado (íd. 33).

Era tan aberrante aquella sociedad que hasta un simple cura de aldea, al cual las pruebas acusaban de «incontinencia escandalosa», se burlo del tribunal eclesiástico que le imputaba no sólo por su conducta sexual indecorosa sino, además, por incurrir en despotismo en el trato con las almas radicadas en su jurisdicción. El cura se salió con la suya, porque estaba consciente que su ascendencia aristocrática era un escudo ante la justicia, acudió pues, confiado, a las instancias de Santo Domingo donde le brindaron protección contra sus perseguidores en Venezuela (íd. 29).

El discurso histórico de Elías Pino Iturrieta muestra pues, la vulnerabilidad de las instituciones ante el poder real de las clases dominantes y, al desnudar a los “caballeros” muestra con crudeza las profundas fuentes de la que se nutre la conducta delictiva y criminal del «personalista». Por otra parte, devela que el poder se ejerce con «terror» y que esa violencia se traduce en una tiranía, la cual es ocultada -soterrada- por un sistema donde la injusticia es lo esencial, para que prevalezca ese modo de vivir que Francisco Javier Yanes catalogó como dominante en 1835, y que identificó con el término sociológico del personalismo.

Ese fenómeno no ha desaparecido, así ejerce su liderazgo la clase política, empresarial, gremial… venezolana indistintamente cual sea su ideología y época histórica. Personalismo y tiranía doméstica van de la mano, y es un tumor que el patólogo Elías Pino Iturrieta ha puesto a la vista de todos, pues este moderno Michel Eyquem Montaigne, es capaz de transitar por la “sangre azul” (íd. 27) de los ricos propietarios no sólo de la nobleza criolla de la época colonial , sino por las venas de los que ejercen el poder en cualquier período de nuestra historia, pero lo extraordinariamente maravilloso que nos muestra es, que en cada uno de ellos la existencia se reduce a “Nada sino un hombre”.

En conclusión de incomodísimo.com:

El poder verdadero siempre permanece oculto.

Y la función del kritikschen denker es hacer visible al poder

en todo el esplendor de su monstruosidad grotesca.



Montaigne autor de los Essais tiene en Elías Pino Iturrieta

un excelente continuador en nuestros días.

Montaigne considera que su fin es “describir al hombre”.

Y se deleitaba al decir, en consecuencia:

“No he visto nunca tan gran monstruo o milagro como yo mismo”.

GLOSARIO

Soterrado: Aquello que se oculta, se entierra o se olvida. Algo que se esconde.

Grima: Algo que produce disgusto o desagrado.

Essais: Título de un tratado de Michel de Montaigne que se traduce del francés a nuestra lengua como los Ensayos.

PRÓXIMO SÁBADO 30 de Octubre: Escabrosos IV: Cadenas de Mando.

Que trata sobre: Cómo  construir el poder desde el personalismo

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