Revolución de la riqueza IX: «El juego» (a)
Artículo de 2 páginas de extensión.
Incomodisimo.com Estados Unidos, China, Europa, Islam
En el tablero de ajedrez mundial se mueven piezas muy
importantes que determinarán el futuro orden planetario.
Las naciones que hemos entrado en el Siglo XXI «cambiando de paso» debemos enfocar nuestra
atención en cómo participar en «El juego».
En Estados Unidos lo
que se observa son: empleos
de «quita y pon», comercialismo, entretenimiento las veinticuatro horas
del día y los siete días de la semana, televisión pasada de vueltas, escuelas desastrosas, velocidad, un
sistema sanitario en quiebra, información por un tubo. Lo que se palpa es un estadounidense provinciano, malo para los
idiomas y sin ningún interés por otras culturas. Lo que se siente es un ruidoso desorden. Lo que se aprecia: Allí se ensayan nuevos estilos de vida, a veces,
hasta extremos estúpidos y crueles; Experimentos con pautas sexuales; Modas y
modelos de empresas totalmente nuevos y,
algo muy importante y muy especial, allí se ensaya con innumerables nuevas
maneras de convertir en riqueza a los datos, la información y el conocimiento
(Toffler, 2007: 478, 479).
Muchos estadounidenses anhelan una vuelta a la década de
1950, olvidando el agotador trabajo físico, el odio racial y la sumisión de la
mujer, propios de la sociedad de aquellos días. Cuando surge un revolucionario sistema de creación de
riqueza, una de las primeras cosas que hace surgir son contrarrevolucionarios, y las viejas élites no se rinden sin lucha,
pretenden seguir controlando la sociedad (íd. 478, 479).
El Estados Unidos
industrial se
construyó sobre la base de combustibles fósiles baratos y una inmensa
infraestructura de distribución de energía por todo el país. Depende del gas y
del petróleo importado y de una inmensa red de distribución de transmisión
eléctrica y oleoductos que son pesados activos fijos, difíciles de alterar en
respuesta de demandas de cambios rápidos. Es
un gigantesco lastre que arrastra de la era industrial defendido políticamente por las mayores y más influyentes empresas del
mundo, lo cual entorpece el cambio de sistema. Hay una guerra de la
segunda ola contra la tercer ola al interior de los Estados Unidos (íd.
480).
Hay veintitrés millones de camiones comerciales, gestionados
por más de medio millón de empresas que transportan tres cuartas partes de
todos los bienes que se desplazan por el interior del país, junto con otros
medios de transporte representan el
11 por ciento del PIB del país. Además también se transporta personas, sólo
para ir al trabajo unos ciento diecinueve millones de estadounidenses gastan veinticuatro
mil millones de horas yendo y viniendo a sus empresas, es una de las cosas más improductivas que hacen los estadounidenses
(íd. 481).
El Departamento de
Transporte examinó el sistema de transporte desde la alternativa de la tercera
ola e hizo sus recomendaciones para un «transporte inteligente», para reducir el grave costo en
accidentes, emplear más racionalmente las vías y lograr mejores promedios de
velocidad para reducir la duración del viaje. Pero la presión de los lobbies
partidarios del cemento, es decir, de construir más autopistas, pudo más que el
sector de la tecnología de la información
y Clinton firmó una ley para asignar más recursos al sector de obras
basadas en el recurso cemento y lo que destinó a sistemas inteligentes fue
irrisorio, una décima parte del 1 por ciento (ídem).
Del sistema de transporte dependen todas las empresas, pero seguirá en
punto muerto, porque una triada políticamente muy poderosa de compañías
petroleras, fabricantes de automóviles y empresas constructoras de autopistas
utilizan su poder corruptor para favorecer sus intereses por encima de los
nacionales. A los estadounidenses se les niegan sistemas de transporte y
energía más eficientes, seguros y limpios. Un campo de batalla entre
intereses procedentes de la era industrial e innovadores se presenta en este
conflicto de olas que atenta contra el futuro de esta nación (íd. 482).
Estados Unidos no seguirá siendo
la punta de lanza de la revolución mundial de la riqueza, ni mantendrá su poder
sobre el planeta, si no sustituye -y no se limita a reformar- su sistema educativo. Su actual sistema educativo gasta cuatrocientos mil millones de
dólares, más el coste de su fracaso para la sociedad y las empresas. Prepara a los niños para empleos que no
existirán cuando tengan la edad para convertirse en fuerza de trabajo. A
este fenómeno lo llamaremos «robar el futuro» para esos niños y para la
posición de los Estados Unidos en el siglo XXI (íd. 482, 483).
Las escuelas americanas tuvieron
una misión crucial para convertir a los Estados Unidos en una potencia
industrial, impuso la «disciplina industrial», «americanizó al extranjero»
inmigrante, sirvió como bandera de lucha de los sindicatos para mantener a
millones de jóvenes fuera del trabajo mediante el arbitrio de la educación
obligatoria que ampliaban para mantener los salarios sin descensos, y mantuvo
alejados de las calles a muchos millones de adolescentes con altos niveles de
testosterona, lo que mejoró el orden público. Esa educación que creó un modelo de escuela-fábrica creó también
una coalición que la defiende, pero que se desajusta cada vez más de las nuevas
realidades que exigen otros valores, para dejar atrás a la era industrial y
crear un sistema educativo distinto, radicalmente nuevo (íd. 484/486).
El modo anticuado de hacer las cosas está enquistado en los consejos
de administración de las grandes empresas,
pueblan los partidos políticos, están en los clubes de las facultades
universitarias, se puede rastrear explícito o larvado en casi todas las
instituciones de Estados Unidos, todo
esto impide la implosión de la tercera ola como un universo libre. La transición no es una cuestión
únicamente de tecnología, es una revolución que abarca todos los aspectos de la vida. La rebelión tiene lugar y se
expresa por las vías menos convenientes o más inadecuadas, por estúpidas y
crueles. Si los cambios institucionales
siguen en este punto muerto, no manteniendo el ritmo de los avances
tecnológicos, y la desincronización frena
y detiene al laboratorio donde se deben efectuar los cambios en la economía y
la sociedad, dejarán el mañana para… ¿China?, ¿Europa?, ¿el islam? (!!!) (íd. 487/489). En el tablero
del ajedrez mundial se mueven piezas muy importantes que determinarán el futuro
orden planetario. ¿Quiénes estarán en «El juego»?
Alvin y Heidi
Toffler. La Revolución de la riqueza.
Editorial Random/Mondadori DEBATE,
Caracas. Edición 2007. Páginas:
651.
Adquirido en el Mesón de Ofertas de la Librería Europa, Maracaibo,
Venezuela. Bs. 25.
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