Fundación hispana V: Poblaciones ordenadas (a)
Fundación hispana V: Poblaciones ordenadas (a)
«Orden social señorial»
En su aspecto morfológico estas
poblaciones presentaban a la vista una disposición urbana donde imperaba la
regularidad, es decir, el orden. Ese «orden físico» se prestó para la
distribución de los solares de la población guardando un «orden social». En ese
sentido los solares privilegiados del poblado se reservaban para «los
principales», lo que convertía al contorno de la plaza en el «escenario del
poder». Al interior del templo ese orden social se repetía, se ubicaba a los
feligreses del mismo modo que se distribuían en la población, es decir, los
lugares privilegiados estaban reservados para «los principales».
Las desigualdades sociales
construían el espacio en el pueblo y en el templo. Otra forma de enfatizar la
superioridad de los principales era mediante el factor religiosidad. Como el Camino Real
creaba un eje simbólico entre la Cruz y la Capilla, a sus lados iban el templo,
las instituciones y los vecinos de prosapia, entre ellos los fundadores del
pueblo que gozaban de gran mérito. Con estas disposiciones espaciales se
pretendía imponer la jerarquía, considerada por ellos como el «orden perfecto»,
es decir, el que replicaba al que existía en el «Cielo» (Dios, Serafines,
Querubines, Arcángeles, Ángeles, Santos).
El concepto de «orden» en
nuestra cultura tiene ese legado hispano, es decir, el «orden» se connota como el acatamiento de las
normas y el respeto al lugar que las cosas o personas deben ocupar en las
reuniones. El «orden» configura objetos, cosas y personas en el espacio
siguiendo un determinado modelo político. Esa manera de organizar la realidad
fue pensada por los Doctores de la Iglesia católica y los Consejeros reales, y
convertida en un régimen político que penetraba por todos los intersticios de
la sociedad y era aceptado por todos sus miembros. Fundar era entronizar el
orden monárquico en la configuración de un poblamiento, era imponerle una forma
jerárquica a la sociedad local, era un acto político.
Dentro de la iglesia ese orden reservaba
en los actos religiosos los lugares de honor para los “vecinos de solar
conocido”, es decir para «los Don», «los de la plaza», los de «las grandes
familias» y para las autoridades. Ellos eran “el espectáculo de la
superioridad”, eran quienes ostentaban
los cargos parroquiales y las distinciones con Títulos. Ellos
hacían alarde de abolengo, linaje o
prosapia, en síntesis pretendían «blasón». Dentro de ese orden de ideas
imperantes, entonces, los «Notables» se consideraban los dueños del pueblo, el
pueblo era de ellos, y gozaban de consenso entre los pobladores como tales,
eran «los Señores», tenían señorío. Esos privilegios se legitimaban con los
lugares que ocupaban en el «espacio sagrado», es decir, en el templo y, del mismo modo, en el contorno
de la plaza o en el Camino Real.
La fundación del pueblo, como
resultado de esa ideología, creaba un modelo de «orden social discriminatorio»,
su propósito era separar los vecinos de «calidad» de «los del común», estos
últimos debían quedar relegados a los suburbios. La violación de las jerarquías
en el Antiguo Régimen, en consecuencia, fue considerada por las autoridades
civiles y eclesiásticas como “escándalos públicos” u ofensas al honor.
El pueblo parroquial y cristiano
se fundaba para que «los vecinos», es
decir, los propietarios, dejasen de estar viviendo en un espacio irregular,
esto es, en el campo, su lugar no debería estar en las rancherías, aldeas o
caseríos donde imperaba el desorden, lo cual se consideraba como barbarie,
tales sitios eran el no-lugar. El «lugar» era donde se fundaba establecimiento
regular, porque allí la vida social y económica se veía favorecida por la
presencia de las instituciones políticas, religiosas y mercantiles, es decir, «el
lugar» era el escenario reservado para «los principales». Y desde el espacio ordenado dominan el espacio del desorden -control del campo por la ciudad-.
Dentro del poblamiento
diseminado que iba desde Puntica de Piedras hasta Punta Benítez, entonces,
surgió un hito entre 1816 y 1818 que estableció una ruptura en su proceso histórico:
Se erigió en La Rosa, en la medianía del poblamiento, una «población ordenada»
que va ser nominada como la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Cabimas,
con ese hecho trascendente la etapa del «desorden» quedaba superada en el
acontecer de este poblamiento.
La costa de Cabimas iba desde Puntica de Piedras hasta
Punta Benítez, entre los sitios de Punta
Icotea y el de Punta Gorda quedaba La Rosa, espacio que fue meticulosamente preparado
por el obispo Lasso y el fraile Álvarez para el establecimiento de un «orden
social» de tipo señorial. La Misión de San Antonio aparece en Punta de Piedras, donde fue fundada
como «pueblo de indios» o "pueblo de misión", con posterioridad este pueblo fue mudado a Puntica de
Piedras, donde fue elevada a la condición de «pueblo de doctrina» -fundación que, por cierto,
lo legitima como población provincial-.
Corolario: En la fundación de
Cabimas un orden
social señorial propio del Antiguo Régimen fue «consagrado»
desde aquella reunión que se efectuó en Punta Gorda aquel aquel 26 de
junio del año 1816. Reunión que en este Breviario se denominó como “El Pacto”.
Este pacto realizado por "los de calidad" se estableció para dejar a
"los comunes" en el «no-lugar» (campo) y mudar a
las minorías propietarias a «el lugar» (pueblo), es decir, la élite dominante utilizó el espacio para reivindicar
la existencia de una jerarquía social. Pero una élite emergente se abrió paso
en medio del movimiento de Independencia -que estremecía a todo el continente-,
y hombres como Basilio Borjas desordenaron ese espacio recién construido, para erigir en él una
nueva «cadena de mando».
"El entierro del Conde de Orgaz"
Este es un cuadro que muestra el «señorío»
que dominaba la vida social de la España medieval. En este cuadro se observa el orden jerárquico que existía en el
Cielo/Tierra. Esta pintura tiene dos planos. En el plano superior se representa
el Cielo, donde la figura cimera es Jesucristo, con su corte de ángeles, más
allá en el entorno, figuran las almas de los grandes monarcas, papas, doctores de
la iglesia católica, apóstoles, santos y personajes de la Biblia. En el plano
inferior, el terrestre, están los máximos representantes de la nobleza de la
ciudad de Toledo, España, donde están presentes civiles y eclesiásticos
vestidos de gala negra como lo disponía Carlos I como símbolo de dignidad. La
escena es la del interior de un templo y representa una misa de difuntos, el
fallecido es el “Conde” de Orgaz (Don Gonzalo Ruiz, quien era un «Señor» de la
sociedad toledana). El cuadro narra el descenso de su cuerpo al sepulcro y la
ascensión de su alma al cielo, donde la Virgen María y San Juan Bautista
interceden ante Cristo por él, para que sea recibido, Jesús le concede la gracia
e indica a San Pedro que le abra las puertas para que ingrese a su Reino. El
templo, como resulta obvio, sirve de pasaje entre el mundo terrenal y el mundo
celestial, la iglesia es un «espacio sagrado» y, como tal, es el lugar para
ascender al Cielo. La Nobleza ingresa, por supuesto, en ese mundo sobrenatural
con toda la pompa y solemnidad requerida para su «calidad. Por lo que no
sorprende que en esta obra aparezca en el Cielo el Rey Felipe II y el Papa
Sixto V que no habían aún fallecido, sino que estaban en sus plenas facultades
de gobierno aquí en la tierra, lo cual nos indica como el cuadro de un modo
extremo reserva los lugares más privilegiados para los miembros más encumbrados
de la iglesia y del estado, respetando así la superioridad divina que le
asignaba aquella sociedad absolutista al Papa y al Monarca. Contra esa
concepción del «señorío» llevada a los terrenos teológicos, irrumpió una época
revolucionaria la cual, por supuesto, sólo tuvo éxitos parciales para las conquistas sociales.
Esta impresionante obra
pictórica fue realizada por el Greco (Domenicus Teotokópoulus) quien llegó a
Madrid el año de 1577. Como es obvio, esa concepción de la sociedad y sus
creencias expresada en esa obra artística, permite comprender el trasfondo
ideológico de las fundaciones hispanas en el continente americano y, sobre
todo, la importancia del acto fundacional para el orden social que se
establecía. El orden que se establecía en la tierra, dentro de la población y
en el interior del templo, preparaba para el orden que se conseguirían en el
Reino de Dios, en otras palabras, la ciudad terrenal era sólo un tránsito hacia
la Ciudad de Dios (Ciudad que concibió el filósofo, teólogo y político Agustín
de Hipona, entre el año 413 y 426, quien es considerado Padre de la iglesia
latina y Santo católico). Este San Agustín, así como San Esteban (primer mártir
del cristianismo) aparecen, por obra de un milagro, en este cuadro al lado del
cadáver del Señor de Orgaz y entre la selecta nobleza que asiste al entierro. Son
obvias las conclusiones en todo este asunto.
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