Anteo I El monstruo del 1° de Septiembre

8:45 Posted by Perro Senil.

El vástago de la unión sexual del mar y la tierra fue un descomunal gigante al cual se le concedió el nombre de Anteo. Anteo siempre vencía en sus peleas y aún cuando alguno de sus adversarios podía ser superior a él y llegaba a tumbarlo, al caer a tierra Anteo recibía de su madre (Gea, Gaia o Tierra) fortaleza y, al reincorporarse de pie de nuevo su oponente empezaba a quedar en desventaja, lo cual le proporcionaba al final del encuentro la victoria. Pero otra divinidad, el hijo de Zeus y de una mortal, que por sus venas corría la sangre astuta de los humanos se dio cuenta de la asociación de Anteo con la Tierra y, percatado de ese hecho se enfrentó con Anteo para destronarle como invencible héroe. El arbitrio que empleó el hijo de Zeus y una mortal, Hércules, fue atenazar su cintura con la formidable fuerza de sus brazos y levantarlo al mismo tiempo del suelo para que no tuviese contacto con la Tierra, acción letal con la cual lo condenó irremediablemente a la muerte por asfixia que dio fin a su invencibilidad. La moraleja de este mito es que los dioses deben temer siempre por su vida, cuando se enfrentan a los descendientes de los seres humanos, pues estos pueden llegar a ser muy perversos, y en razón de ello poseen fuerzas poderosas que han acumulado a lo largo de la historia, ya que no sólo son astutos y expertos sino que además han acumulado fabulosas riquezas, las cuales les permiten sobrellevar innumerables derrotas, condiciones éstas que les permiten reaccionar cuando sus enemigos tras una larga y cruenta lucha quedan vulnerables, momento que aprovechan para tomar el control de la situación y recuperar el poder mediante el cual restauran y amplían sus bienes, fortuna y posición social.


El gran historiador Federico Brito Figueroa. Con su obra nos permite conocer personajes y acontecimientos de gran formato, inexplicablemente desconocidos por los venezolanos más instruidos.

Con el nombre de Anteo la élite venezolana bautizó a un guerrero venezolano que les incomodó profundamente porque tomó una increíble fuerza al unirse a las luchas de los pobres de esta tierra, ese hombre de guáramos se alzó en una época en la que los campesinos debían haber recibido tierras e instrucción para ser libres, porque se habían sacrificado hasta lo indecible para tener patria y construir una república. Se está pues hablando del tiempo histórico en que ha concluido ya la guerra de la independencia, y en que se ha destrozado la tiranía que España había impuesto a los venezolanos. Época en la cual héroes como Páez y Soublette constituyen gobiernos en los que se niega a los soldados y mujeres que han combatido durante esos once largos años de lucha emancipadora el derecho a poseer tierra, instrucción y libertad. Porque Páez como gobernante ahora piensa que:

Quienes siembran en “nuestras masas la lisonjera y extravagante idea de que iban a poseer lo que jamás les había pertenecido ni podía pertenecerles” son apóstoles de la anarquía y la disociación y, en consecuencia, su misión es infeliz, puesto que pretenden arrancar de la cabeza de los proletarios las “ideas conservadoras y eminentemente sociales” que enseñan que “la propiedad fue adquirida por justos títulos y que la abundancia sólo nace con el trabajo y con la probidad, remplazándolas con la idea de la usurpación de la propiedad proclamada por insignes revolucionarios de otros tiempos y de otros pueblos” (Brito, 2006: 498)

O como decía con insolencia uno de sus áulicos, Juan Vicente González:

“El esclavo pide la libertad, y el proletario pide que se le dé la tierra que se le ofreció. ¡Gobernantes! Vosotros oísteis y tolerasteis la promesa que sin duda no os pareció criminal”, y González a continuación les recrimina acremente al espetarles “Nunca revolución más espantosa ha amenazado pueblo alguno… ponzoña es” mediante la cual “el proletario, el vago, el hombre sin crédito, concertaron unirse contra el señor, contra el ciudadano laborioso y rico resolviendo su muerte” y, la apostilla es clara en González, cuando hace énfasis de que hay que “contener tanta aspiración, tanto ambicioso, tanto vil, como amenaza de nuestras vidas y propiedades”(id. 497).

González en su escrito deja a la vista la soberbia de su casta, pues se arroga el derecho de regañar y tratar de ignorante a quien no menciona en su texto, es decir a Páez (a quien considera su empleadito) cuando le lanza a la cara esa exclamación de “¡Gobernantes! Vosotros oísteis y tolerasteis la promesa que sin duda no os pareció criminal”, puesto que como era conocido de todos, fue precisamente Páez quien propuso e inquirió a Simón Bolívar para que promulgase la Ley de Haberes militares mediante la cual se le ofrecía reparto de tierras a los combatientes una vez terminada la guerra, ley que ahora bajo la República de Venezuela los campesinos demandan su cumplimiento, así como los esclavos exigen se les conceda la libertad absoluta, pues ésta se las prometió el Libertador para que se uniesen a los independentistas.

No extraña, entonces, lo que sobreviene después de que se arrojan fuera del territorio las fuerzas armadas de España, hombres como Páez que no eran propietarios de tierras antes de la independencia se convierten como gobierno en grandes propietarios y, tienen la hipocresía y la desfachatez de calificar de “extravagante idea” eso de pensar en “poseer lo que jamás les había pertenecido ni podía pertenecerles”.

Pero la cosa es más grave aún, los propietarios que estuvieron al lado del bando realista regresaron y recuperaron sus propiedades ayudados por abogados, y éstos y los “otros” –los que estaban con los patriotas- no sólo tenían lo que antes poseían, sino que aumentaron sus dominios arrebatando los “haberes militares” a los soldados y soldadas por un lado y, por el otro expropiando a los municipios de su ejidos y comunes y a la nación de sus baldíos (id. 260), tierras donde habían innumerables campesinos pisatarios que, ahora se debían someter a ser su nueva servidumbre, restituyéndose así el modo de vida colonial. Por último, estos opulentos prohombres, arremetieron también contra medianos y pequeños propietarios a quienes arrebataron sus parcelas (id. 260). Como es de suponer esa obtención de tierras sin “justos títulos, ni probidad, ni trabajo” fue legalizada desde el gobierno que les servía, donde todo se justificaba con las “ideas conservadoras y eminentemente sociales” que Páez promovía como las racionales y cultas, razón por la cual quienes tomaron ese partido se autodenominaron “conservadores”, pero que el pueblo abandonado y despreciado - y sometido a su tiranía- los bautizó como “godos” u “oligarcas”.


General Carlos Soublette.
Presidente de la República de Venezuela.


El Centauro José Antonio Páez.

Es pues esa situación la que provocará acontecimientos violentos que impedirán que exista un día de paz en Venezuela después de concluida la guerra de independencia, porque como bien lo señalaba aquella misma autocracia en un informe del “Poder Ejecutivo”:

“Va acumulándose silenciosamente en pocas manos, una riqueza territorial inmensa”; [datos que el Ministro de Hacienda presenta para indicar que han traspasado una línea] lo cual “ha de influir directa e inevitablemente en la ruina de las instituciones políticas, y en el retroceso material e intelectual”, ya que se está “destruyendo aquella porción que pudiera conservarse en la distribución de las fortunas” “que la Naturaleza generosa recopiló en Venezuela para todos sus habitantes”, en vez de esto se ha hecho un “mal terrible" pues se ha creado un monopolio de los tesoros agrestes para formar una especie de feudalismo que en vez de hacer feliz a su población cuando ésta se ensanche y engrandezca, va preparando la esclavitud y la miseria que serán el infalible resultado de esa división que forma una copia enorme de colonos humildes e infelices, y un número demasiado corto de opulentos y soberbios propietarios; desigualdad deplorable que habría de tiranizarlos y empobrecerlos, un hecho del todo lo contrario a lo que nuestros pueblos deben esperar de sus instituciones protectoras” (id. 261, 262).

Esta Memoria ministerial se constituye en una crónica de muerte anunciada, allí como salta a la vista se vaticina lo peor, y lo que teme aquel funcionario que suceda por tanta injusticia acontece, pues aquellas masas se enfurecerán en el campo con ello se iniciará el 1° de Septiembre del año de 1846 una insurrección campesina que tuvo por cabecilla al indio Francisco José Rangel, trabajador de la tierra, quien propicia un alzamiento y se pone al frente de trescientos peones, manumisos y esclavos que gritaban por donde sea que pasaban ¡Oligarcas temblad! (id. 118). Alzamiento que en seis meses “cubre prácticamente la mitad del territorio nacional” con miles de alzados (id. 121) entre quienes se incluyen indígenas, campesinos, intelectuales, militares, terratenientes arruinados, doctores, revolucionarios europeos, pobres urbanos, miembros del partido liberal, comerciantes rurales, en fin una masa heterogénea de gente indignada, con el cual aquel guerrero funda el Ejército del Pueblo (id. 123).

Están pues, aquellos insurrectos resueltos a “ser libres o morir”, para tener una patria libre de tiranos que les bendiga con una república caracterizada por “Tierras y Hombres Libres” (id. 124). Apareció pues lo que el ministro temía que surgiese de esa “desigualdad deplorable” que denuncia y sobre la que advierte pues puede suceder lo peor y sucedió. Ese 1° de Septiembre del año 1846 en medio de ese escenario de injusticia, surgió un líder, Francisco José Rangel, quien de inmediato fue descalificado con el mote de “El Monstruo” por estar ligado con esa turba -así calificaba a aquella gente ese extraordinario intelectual e historiador José Gil Fortoul-, turba que dio grandes batallas con su guerra social a los oligarcas y godos, pero lo peor estaría por llegar, porque aquella insurrección irá a dar inicio a otra Guerra tan catastrófica como la de la Independencia.

Ante esa circunstancia pavorosa -la de los pobres en armas- los probos conservadores recorren los campos quemando conucos y ranchos y capturando por los caminos o veredas a cualquier hombre o mujer que se encuentre fuera de su casa después de las siete de la noche (id. 150). Se fusila y se machetea sin fórmula de juicio en el campo y se condena al último suplicio en los tribunales urbanos a los que están conectados con ese movimiento, todo ello como parte de una guerra a muerte que se ha declarado para restablecer el orden y lograr la pacificación que restituya la tranquilidad de los laboriosos terratenientes y honestos usureros y, en especial, a los notables servidores públicos que presiden las instituciones protectoras del pueblo y el benéfico gobierno.

El plan benévolo de una gran visión humanista que conciben “Los Jefes de Operaciones” es muy revelador de la calidez humana de estos protagonistas:

“Consideran conveniente quemar los ranchos, arrasar las siembras de los campesinos y concentrar los vecinos en las parroquias urbanas o cabeceras de Cantón [medida que los estadounidenses aplicaron a los campesinos de Vietnam para intentar derrotar al Vietcong]. Esta política de destrucción de la población campesina estiman estos Jefes de Operaciones es quizás la única adecuada para combatir a “los apósteles de la anarquía y la disociación”, concluyendo estos consejeros que si bien es “un plan desolador, lo juzgan sin embargo indispensable, de lo contrario puede aseverarse que la seguridad pública quedará amenazada tan pronto como se retiren las tropas porque no hay una sola persona de los colonos o inquilinos que no esté dispuesto a atacar impunemente la vida y la propiedad ajena” (id. 146).

En otras palabras, lo que los hombres de fuerza –los Hércules- recomendaban era quitarle a Anteo -Francisco José Rangel- su vínculo con los que trabajaban la tierra, es así como con esta estrategia a los seis meses es derrotado Anteo por Hércules (id. 155). El indio, campesino y líder Francisco José Rangel es decapitado a punta de golpe de machete cuando de su garganta salía su voz de “libertad o muerte” (id. 150, 155). El Ejército del Pueblo perdía su prócer y el movimiento sufrió un gran descalabro, pero la injusticia no aminoró su marcha y una guerra atroz y compleja sobreviene sobre Venezuela porque como pronostica aquel alto funcionario de Hacienda en su acertado balance tendría que pasar lo peor porque:

se ha creado un monopolio de los tesoros agrestes para formar una especie de feudalismo que en vez de hacer feliz a su población cuando ésta se ensanche y engrandezca, va preparando la esclavitud y la miseria que serán el infalible resultado de esa división que forma una copia enorme de colonos humildes e infelices, y un número demasiado corto de opulentos y soberbios propietarios; desigualdad deplorable que habría de tiranizarlos y empobrecerlos

El Monstruo es asesinado y su cabeza es puesta en salmuera y enviada a Caracas, pero como dijo el áulico de Juan Vicente González esta es una hidra de mil cabezas cuando se le corta una brotan diez y así ocurrió, porque la justicia sólo se restablecerá cuando:

Las fortunas que la Naturaleza generosa

 recopiló en Venezuela

 sea para que todos sus habitantes

 tengan patria.


Coronel José Francisco Rangel. Prócer de la Guerra Social.



ESTE LIBRO SE ADQUIRIÓ EN LA LIBRERÍA EUROPA, C.C. Costa Verde, Avenida Bella Vista. MARACAIBO.

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Brito Figueroa, Federico. Tiempo de Ezequiel Zamora. Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, 2006. Caracas. 556 páginas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Acabo de descubrir este interesante blog; soy venezolana radicada en Los Angeles y voy a leerlo con detenimiento cuando descanse un poco.
María Eugenia

Anónimo dijo...

Hermano estoy en a busqueda de algunas fotos y retratos del Indio Francisco Jose Rangel y solo me he conseguido con esta que tu tienes. Por favor dime si es confiable la fuente de donde la tomaste. Gracias y saludos. Puedes responder a mi correo: nicasiodoro@gmail.com

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