Obra en cuatro actos (a)
Obra en cuatro actos (a)
Ceremonia fundacional
La fundación de las poblaciones
se hacía conforme a precisas Instrucciones Reales, se escogía el sitio
adecuado, se nombraban sus autoridades, se trazaba el plano del establecimiento
a cordel y regla, se asentaban vecinos, se distribuían tierras y se imponía
demandas económicas. Para fundar se realizaba un acto donde destacaba la
solemnidad del ceremonial y la majestad del rito, lo cual conllevaba a asignar
nombre a la población, porque nominar es crear y entrar en posesión de lo
objetivado mediante ese bautismo.
La ceremonia de fundación
consistía en una misa en el lugar y bendición de las tierras, seguidas de la
declaración de los presentes de su intención de poblar en nombre de Su
Majestad, se plantaba una cruz en el sitio de la iglesia y se ponía la primera
piedra de ésta; seguidamente se trazaba el cuadrado de la plaza y las calles,
con sus respectivos solares, según el número de familias que allí se iban a
instalar.
Barbarie y Civilización
Pero no todas las ceremonias
eran tan plácidas, al principio de la colonización el acto fundacional era de
carácter ríspido, era un acto político, donde el designio de fundar se apoyaba
en la fuerza de ocupar la tierra por los conquistadores, lo cual daba lugar a
hoscos gestos: el capitán fundador arrancaba con violencia unos puñados de
hierbas, descargaba con su espada tres golpes sobre el suelo y, finalmente retaba
a duelo a quien se opusiera al acto de fundación. La interpretación de estos
comportamientos, nos conduce a ver en el desyerbe un gesto simbólico, el cual
indica la voluntad de desarraigar de aquellos suelos la “barbarie”, la
“idolatría”, la “herejía”, en definitiva, el “escándalo” o el “pecado”, para
sembrar el “cristianismo” y la “monarquía”. Lo que subyacía a estas acciones
era tremendamente profundo, en aquella época se tenía un sentimiento de “horror
al campo”, vivir en los montes se asociaba con los «espacios del escándalo». En
un documento de la época se ordenaba juntar a los súbditos, que habitan en los
montes, en poblaciones, “para sacarlos de tan peligrosa vida” e incorporarlos a
la vida civilizada. Fundar era «juntar y poblar», y de allí el furor del
capitán fundador al arrancar puñados de hierba para preparar el terreno para
las edificaciones que se habían de erigir.
El Rey y la Reina en Real Cédula del
5 de agosto de 1702 dirigida al Gobernador y Capitán General de la Provincia de
Venezuela le dice: muchos españoles habitan en los montes con vida escandalosa,
sin señal externa de católicos, pues viven y mueren como bárbaros, enterrándose
en los montes y hemos propuesto para remedio de sus almas y servicio de ambas
Majestades se manden a poblar y reducir a la vida regular y política. Sea
vuestro primer cuidado el reducir y poblar, que se reduzcan a población para la
reformación de sus costumbres”. En otras palabras, vivir en los montes era
vivir sin ley y sin rey, lo que era inaceptable, de allí lo imperioso de fundar
poblaciones. Fundar era colocar a los súbditos y feligreses bajo la vigilancia
y orientación de sus autoridades, de allí que había que concentrarlos en
poblado.
Poblados o aldeas
Los poblamientos espontáneos
generaban asentamientos caracterizadas por ocupaciones diseminadas, dispersas y
desordenadas, lo que daba por resultado la anomía social debido a un proceso de
involución, lo que en opinión de las autoridades debía ser subsanado fundando
poblaciones. Y se debía velar, dentro de ese orden de ideas, porque estos
establecimientos fuesen verdaderos poblados. Una situación de este tipo fue lo
que suscitó el año de 1817 el célebre comentario del obispo Rafael Lasso de la
Vega, cuando cuestionó el trato que se le daba de “poblaciones” a algunos asentamientos
que no reunían los méritos para ser considerados como «pueblos». Lo expresó con
claridad, al decir “cuando las poblaciones sean tales poblaciones, y no como sucede en muchísimas de las que así
llaman, que más gentes viven fuera en los campos, que en lo que debe ser el
poblado”. En otras palabras el Prelado señalaba la necesidad de diferenciar
entre poblados y aldeas, porque una cosa era habitar en los montes y otra en
población, la primera era descalificada como «espacio del escándalo», la
segunda era el «espacio ordenado» donde residían los honorables -«el honor» era
atributo de los que tenían "calidad o nobleza" y en aquella época era una
posesión familiar invaluable, perder el honor era ruinoso para un apellido-.
Se funda para la gloria de ambas Majestades
El acto fundacional era muy
valorado, fundar población otorgaba prestigio y alcurnia a quien lo realizaba,
y no es para menos, fundar era crear un «espacio sagrado» y un «escenario
público», de allí toda esa parafernalia de celebrar misa, bendecir el suelo,
declarar a viva voz la intención de poblar, de plantar la cruz, de poner la
primera piedra de la iglesia, y de trazar el cuadrado de la plaza como centro
de la planta original de la población. Los fundadores de pueblos y ciudades
tenían por gran mérito para su alcurnia el haberse involucrado en la erección
de una nueva población, porque se fundaba para la gloria de ambas Majestades, y
en base a ese servicio demandaban en ocasiones títulos nobiliarios ante las
autoridades, y tenían razón, el poder del Imperio y de la Iglesia católica
residía en ese acto esencial. Esa obra fundacional se representa en la costa de
Cabimas en cuatro actos, el marco de ese evento eran los poderes de aquella
época.
Los poderes en aquella época se encarnaban
en los Monarcas y en la Iglesia, de allí que los súbditos debían siempre dar
muestras claras de su decidida voluntad de luchar por los intereses de ambas
Majestades. En la fundación ríspida, esto se pone de manifiesto de un modo
enfático, era un acto político en el cual el gesto simbólico de golpear el
suelo con la espada, corresponde a la toma de posesión de aquella provincia y
sus lugares por la guerra y, el reto a duelo a quien se oponga a la fundación,
corresponde a la afirmación de ese derecho de entrar en posesión de lo que ha
sido conquistado para gloria del Rey y la Reina y la Majestad de la Iglesia. Se
funda para incorporar a aquel suelo y a aquellos súbditos a Sus Soberanos. El acto fundacional era un hecho histórico contundente.
Esta fue la imagen típica del
acto de fundar una ciudad en América. Dice Víctor José Stilp Piccotte “que en
las fundaciones se erige en el lugar la picota como símbolo de la jurisdicción
y de la justicia, hincando la Cruz en el lugar en que se proyectaba levantar el
oratorio de la ciudad, con los tres golpes de espada descargados sobre el suelo,
y la Misa, el Acta y la traza urbana cuadricular”. Obsérvese los representantes
de ambas Majestades, el Capitán de la hueste y el Fraile, y para dejar
constancia de lo actuado al Escribano que acompañaba al grupo como
representante de la burocracia. En el centro de ellos tres está erguida la
picota, símbolo de disciplina y orden para las poblaciones que les correspondía tener Cabildo.
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